El hachís más fuerte que pude nunca imaginar
Episodio 8
La suerte estaba echada. De una cara, continuar por el Rajhastán, y de otra, ir hacia el sur, al estado de Gujarat.
Cualquiera de las dos opciones me parecía buena, aunque quizá me atraía más Rajhastán por toda la historia y la cantidad de atractivos que tenía recorrer este estado. La suerte se puso del lado de mis intereses y comencé a buscar un billete de tren hacia Jodhpur, la ciudad azul.
En el siglo XXI es «fácil» sacar un billete de tren en India. Basta con un móvil o un ordenador con conexión a internet y la aplicación correspondiente, pero se ha de tener en cuenta la cantidad de gente que usa este medio de transporte en India, por lo que hay veces, y sobre todo en trayectos muy solicitados, en los que conseguir un billete con poco tiempo de antelación no es posible. En otras ocasiones, en cambio, deberás ir a la propia taquilla de la estación y armarte de paciencia.
Creo haber comentado ya que en India las colas, o filas, no se respetan. Puede que haya una cola frente a una taquilla pero en cualquier momento se acercará alguien a las primeras posiciones y eso conlleva la estampida del orden y la imposición de la ley del más fuerte. No te preocupes, yo he pasado por esa situación varias veces y, una vez te acostumbras es incluso gracioso y muy gratificante, porque verás que tus rivales te respetan y te tienen en consideración.
Una vez con la reserva en mi destartalado móvil, me fui de nuevo a recorrer las calles de la Ciudad Dorada, nombre que recibe Jaisalmer debido al reflejo de la arena del desierto sobre la ciudad y al color de sus construcciones. Hay un camino muy bonito hasta el mirador desde donde observar la inmensidad del territorio y la estratégica situación del Fuerte (uno de los más grandes del mundo) que alberga las casas más antiguas en su interior.
En mi andar hacia el mirador me encontré a muchos niños jugando en la calle. Todos me pedían que les hiciese una foto y que les diese unas rupias, pero no tengo cámara (y mi móvil no está para hacer fotos pues me quedo sin espacio enseguida) y lo de dar dinero «sin parar» mientras viajo es algo que ya conseguí dejar de hacer hace tiempo.
No es que sea frío como el acero o carezca de empatía. Tampoco es por egoísmo. Es quizá por todo lo contrario. Me pone muy triste ver a gente que lo está pasando mal, y como la mayoría de lugares que visito tienen un alto nivel de pobreza, dar unas rupias (en este caso) a aquellos que las necesiten, supondría volver a casa el mismo día de llegada por falta de fondos sin solucionar en realidad ningún problema.
Es duro, pero me he creado un caparazón protector (que aguanta unos pocos minutos) y trato «simplemente» de jugar con los niños. Llevo globos, les hago dibujos, les regalo algún bolígrafo e incluso, en ocasiones, llevo algo de merchandising de algún equipo de fútbol ante lo cual, muchos abren los ojos con una ilusión mayor que cualquiera de los billetes que pudiera llevar encima. Creo, quizá erróneamente, que los niños deberían ser iguales en todas las partes del mundo. Y los niños lo que deberían hacer es simplemente jugar, estudiar y no preocuparse por llevar dinero a casa. En fin, este debate es muy intenso y amplio, por ello lo del caparazón. Una excusa banal para sentirme mejor conmigo mismo y poder seguir adelante.
Ya de vuelta al centro de la ciudad estuve visitando diferentes havelis que no son otra cosa que magníficos edificios de cierta importancia arquitectónica o histórica y que, después de haber pertenecido normalmente a familias de ricos comerciantes, se han convertido en la actualidad en museos.
Al caer la noche, me tumbé en una de las azoteas que tienen sus vistas como el mayor reclamo para cenar en ellas. Lo más habitual en estos lugares son los platos occidentales como pizza o pasta, aunque yo sigo prefiriendo los platos de la zona. Tras un delicioso paneer butter masala, que es muy difícil conseguir en los puestos de comida ambulante, me fumé, no sin mucho temor, el que sería mi primer cigarro aliñado con hachís indio que el camarero tuvo a bien regalarme. Después de esto, no recuerdo más.
ESCRITO POR:
Bruno Lakkika
Escritor, periodista y viajero que consiguió llevar a cabo el sueño de muchos de nosotros: vivir viajando.
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