Jaisalmer: Desierto, camellos y dinero
Episodio 6
Jaisalmer es una ciudad muy turística. Hay que pensar que el mayor grupo de turistas en India son los propios indios. En un país con más 900 millones de habitantes, y a pesar de la extrema pobreza de un gran número de la población, es cierto que el mayor grupo de turistas que verás en India, es de indios.
No son muy de respetar ordenadamente la cola para acceder a un lugar o para comprar algo. Lo de colocarse en fila india, como verás, no proviene de este lugar. Su táctica de saltarse toda la fila y adelantarse a los primeros puestos como que no quiere la cosa, aunque genera caos, es muy fructífera. Es una habilidad increíble y envidiable. Reconozco que tardé mucho en adoptar esa costumbre que no estaba nada arraigada en mi cultura, pero una vez hecha mía, me convertí en el terror de las largas esperas.
Lógicamente estoy generalizando, pero tanto tiempo por allí compartiendo el día a día con ellos hizo germinar ese pensamiento en mí. Además, las entradas a los atracciones turísticas son más caras para el extranjero que para el nacional, cosa que entiendo pero no comparto. La solución, unirse al enemigo.
La ciudad dorada del turismo lejos de todo
El impacto turístico en Jaisalmer se nota en sus calles. Numerosos edificios en rehabilitación, hospedajes tratados con cariño -al menos en su exterior- y nuevas construcciones que dejan de lado la facilidad a cambio de la ornamentación, hacen que Jaisalmer (o su casco histórico) sea una bonita ciudad en la que pasear entre motos, coches, vacas y perros.
Uno de los motivos por los que Jaisalmer esté creciendo tanto en torno al turismo (a pesar de su lejanía del resto de ciudades del Rajastán) es que se encuentra al borde del desierto con lo que ello significa. Tours por las dunas, noches en jaimas bajo millones de estrellas, paseos en camello y en 4×4… Todo lo que un turista quiere hacer cuando se encuentra ocioso en un desierto.
Me considero más viajero que turista y por supuesto que hago turistadas en mis viajes, pero en esta ocasión, y más aún habiendo visitado el Sahara en numerosas ocasiones, seguí mi espíritu viajero y mi ocio sería simplemente andar por las calles. Perderme entre la gente, admirar las casas antiguas convertidas en museos (havelis), intentar hacer reír a algún niño pues son los más curiosos y atrevidos a la hora de hablar con los extranjeros (quitando a los vendedores de souvenirs), tratar de conversar con algún local y buscar unas chanclas de mi talla.
Tras unas horas por Jaisalmer conseguí cumplir mis propósitos, excepto el de localizar esas necesarias chanclas. Es una ciudad agradable y muy curiosa. Estrechas calles que se convierten en callejones sin salida cuando una vaca se encuentra frente a otra. Canalizaciones del agua que evitan que las calles se conviertan en barrizales. Muchas tiendas de souvenirs, telas y comida. Costureros que usan con mucha maña sus antiguas máquinas de coser en medio de la calle. Restaurantes que avisan de las mejores vistas del Fuerte Dorado desde su roof top. Alojamientos en los que descubrir cómo era la vida de ese antaño lugar glorioso y pequeños templos entre las casas donde adentrarte en una religión con millones de dioses.
Jaisalmer tierra de ricos comerciantes
Esto es Jaisalmer. Una ciudad donde un vendedor de souvenirs, telas, alfombras y pinturas se queda sorprendido al darse cuenta de que él tiene más dinero que una persona que ha venido desde la otra parte del mundo a conocer su país.
Sí, porque Jaisalmer ha sido (y sigue siendo) un enclave muy importante en la ruta del comercio entre África, Oriente Medio y Asia, donde caravanas de mercaderes indios o asiáticos tejieron una red comercial que algunos han sabido aprovechar para su beneficio y el de sus familiares.
Normalmente cuando viajas a países lejanos y supuestamente con una economía más débil, sus habitantes piensan (no equivocadamente) que si has podido pagar un billete de avión para pasar un mes allí durmiendo en hoteles y comiendo en restaurantes (no conciben que un turista coma en los mismos puestos callejeros que ellos), tienes que ser rico.
La sorpresa les asalta cuando les explicas que hay mucha gente que aún teniendo un sueldo muy superior, los gastos que conlleva vivir en sus países les deja una pequeña parte de ahorro, si es que consiguen ahorrar claro. Fue este motivo por el cual, creo que Anand se compadeció de mí, me invitó a la Feria del Camello o más conocida como el “Desert Festival”.
El fuerte de Jaisalmer y la Feria del Camello
Acepté esta invitación sin dudar. Había leído acerca de esta feria y no quedaba mucho para su celebración. Fue aquí cuando decidí no ir a Pakistán para vivir relajadamente unos días en Jaisalmer.
Seguí caminando la ciudad, comiendo en la calle y visitando roof top desde los que admirar los tejados de la ciudad y la vida que hay en ellos. Hay una vista muy bonita del Fuerte de Jaisalmer desde las afueras. Para llegar hasta allí, lo más gratificante es andar por la calle. De nuevo, el camino es más interesante que el destino.
Cambié de hotel y me fui a uno que estaba en el centro de la ciudad. Una casa antigua, reconvertida en alojamiento, gustosamente decorada al estilo tradicional y con un trato muy cariñoso por parte de la familia propietaria. Esos sí, pasé un frío de mil demonios hinduistas pues son casas frías cuyo precario aislamiento del exterior es combatido con numerosas mantas.
Ya llegada la Feria del Camello, o el Desert Festival, como es conocido allí, Anand me condujo hasta la celebración, la cual para mi gozo, se basaba en un auténtico circo de encantadores de serpientes, artistas callejeros, acróbatas, bailarines, espectáculos de fuego y vestidos tradicionales que dejaban ver rostros muy definidos de una cultura ancestral que da gracias al camello por haberles servido de medio de vida durante tantos siglos.
Como buen mercader, Anand me dejó solo para atender sus negocios. Allí me encontraba, rodeado de turistas, indios y extranjeros, sobre la arena del desierto de Thar. Alucinando con el concurso de bigotes (símbolo de masculinidad en Rajastán) y el de turbantes. Admirando las impresionantes espadas que colgaban de los trajes de guerra de caballeros a lomos de caballos, camellos y elefantes. Y disfrutando con un auténtico festival de colores, sabores y olores como en ninguna otra parte del mundo se podía vivir. Ahora tenía que pensar en cómo volver a mi hostal si Anand no aparecía de nuevo. Pero esto es India, aquí no hay problema.
ESCRITO POR:
Bruno Lakkika
Escritor, periodista y viajero que consiguió llevar a cabo el sueño de muchos de nosotros: vivir viajando.
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