Dueña de venta de madera en Varanasi. Foto de Israel Gutier.
Una contrariada primera impresión
Episodio 2
El silencio de un frío callejón del barrio Paharganj de Delhi se rompió cuando me despedí del amable conductor y cerré la puerta de su destartalado coche.
Allí me quedé solo. Se suponía que el hotel que había reservado, por 13 euros la noche y baño privado, estaba al final del callejón por el que no cabía el coche. Pero yo no veía ninguna luz. Quería empezar el viaje bien, así que en lugar de ir a un hostal de habitaciones compartidas, me tomé el lujo de reservar un espacio para mí solo donde poder descansar un par de días tranquilamente mientras me hacía al ritmo de una nueva y caótica ciudad.
Saqué el frontal de la mochila y al igual que Reinhold Messner, me dirigí camino hacia lo desconocido. El callejón debía ser uno de los más estrechos de Delhi -nunca lo llegué a comprobar- pues a cada paso, mi mochila rozaba con las paredes. Una tenue luz que salía de un pequeño ventanal me hizo dirigir mi frontal hacia ella y así, de esa manera, vi el cartel que anunciaba mi hotel. Alivio.
Un par de golpes en la puerta que había junto al cartel no fueron suficientes para que algo ocurriera. Así que tuve que dar otros dos golpes. Al cabo de un buen rato, tenía las palmas de las manos rojas. Mi primera noche en Delhi iba a hacer que cogiese un nivel 10 de experiencia viajera.
Puesto de cacahuetes en India. Foto de Israel Gutier
Decidí volver a la calle donde me dejó el amable conductor y dar un paseo. Eran cerca de las 4 de la madrugada, y a pesar de estar cansado, la emoción de estar iniciando el camino que había elegido meses atrás, y la adrenalina de la situación, permitían que el peso de la mochila y de las horas de vuelo no fuesen un estorbo para ir conociendo mi nuevo barrio.
La primera impresión no fue buena. Gente durmiendo sobre una importante capa de polvo que tapaba el asfalto, algunos que se acercaban para pedirme dinero, comida o cualquier otra cosa que nunca llegué a entender, otros haciendo hogueras para soportar el frío y que servían al mismo tiempo como iluminación a la hora de esquivar ratas, vacas y perros que dormían en el suelo en increíble armonía zoológica, no me hicieron pensar que esta ciudad me fuese a gustar.
Tenía ante mis ojos la cruda vida de la calle en India. Me había convertido en un espectador privilegiado que, por supuesto, no pegaba nada allí. Un blanquito occidental con una mochila a cuestas, que venía de cenar a 10.000 metros de altura y que buscaba conocer mundo, se encontró, gracias a que su hotel estaba cerrado, cara a cara con la vida real que sufren millones de personas alrededor del planeta y, a pesar de lamentar la situación, sabía que poco podía hacer más que seguir andando para ver si encontraba otro lugar donde dormir, pues compartir lecho con un roedor no pasaba, de momento, como opción por su cabeza.
Puesto de badam masala milk. Foto de israel Gutier
Tras un rato paseando, decidí volver a probar suerte en mi hotel. Pensé que de tener que dormir en el suelo, ese oscuro callejón podría servirme, ya que mientras estuve la primera vez allí no vi animales que pudiesen interrumpir mi sueño. Además, confiaba plenamente en que tarde o temprano, algún trabajador abriese el hotel y poder por fin subir al calor y comodidad de un colchón entre cuatro paredes y un techo.
Dos golpes en la puerta metálica del hotel. Dos golpes más. Y otros dos. Mi cabeza ya estaba estudiando la disposición de la mochila y de la ropa que llevaba dentro de ella, para construirme un habitáculo donde pasar las pocas horas que quedaban hasta el amanecer. Cuando todo apuntaba a que triunfaría como el que cambia de trabajo y su nueva empresa quiebra en mi primera noche en Delhi, un ruido que salía del interior del hotel me generó nuevas esperanzas. Sí, estaban abriendo la puerta. Hoy, finalmente, dormiría caliente. Afuera, existía otra realidad.
ESCRITO POR:
Bruno Lakkika
Escritor, periodista y viajero que consiguió llevar a cabo el sueño de muchos de nosotros: vivir viajando.
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