Astorga, un viaje para chuparse los dedos
Viajar a Astorga es como meterse en una novela con aroma a guiso casero y páginas de piedra. Es recorrer calles con siglos de historia, dormir donde lo hizo Napoleón y probar garbanzos que se deshacen como si fuesen mantequilla emocional. En esta ciudad leonesa todo tiene un sabor -la arquitectura, el paisaje, la tradición- y cada rincón te susurra al oído cosas como: «quédate un rato más». Spoiler: te quedarías. Pero como no puedes, al menos te cuento lo vivido para que tú también te lo imagines. Sigue leyendo y déjate conquistar por Astorga.
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Hay lugares donde el tiempo se detiene, donde cada piedra y cada plato cuentan una historia. Astorga es uno de esos sitios que te atrapan desde el primer momento: ciudad de emperadores, obispos, soldados y cocineros. Es un rincón de León que huele a chocolate, suena a botas sobre empedrado romano y sabe a carrillera al Mencía.
En este viaje de tres días, me alojé donde durmió Napoleón, comí donde se preservan recetas centenarias, caminé por ruinas que hablan en latín y subí a un palacio que parece sacado de un cuento. Astorga es mucho más que una parada en el Camino de Santiago: Astorga es destino en sí misma.
Día 1: Astorga, amor a primera tapa
A veces llegas a un sitio y no necesitas mucho para saber que has acertado. Un hotel con historia (y con un Napoleón fantasma recorriendo los pasillos), un restaurante donde te guardan limonada como si fueras de la familia, calles empedradas que susurran historias y de postre, una catedral que quita el hipo. Así empezó mi viaje, y ya quería quedarme a vivir aquí.
Casa de Tepa: durmiendo como Napoleón (pero mejor)
La Posada Real Casa de Tepa no es un hotel: es una novela histórica con sábanas de algodón egipcio. Situado en una de las casas señoriales más emblemáticas de Astorga, este alojamiento es una joya del siglo XVIII con alma de peregrino. Aquí durmió Napoleón, sí, pero no te preocupes: los fantasmas no roncan.
Las habitaciones, de aire clásico y elegantísimo, ofrecen todo el confort moderno sin renunciar a su esencia antigua. Silencio absoluto, camas mullidas, detalles cuidados y una decoración que te hace sentir aristócrata sin necesidad de corona. El desayuno es una oda a lo local: embutidos, mermeladas, pan recién hecho y ese café que sabe mejor cuando te lo tomas en un patio que parece de película.
Y hablando del patio… ese rincón con buganvillas, sillas de forja y aire tranquilo es el escenario perfecto para desconectar antes de lanzarte a descubrir la ciudad. La Casa de Tepa no es solo un sitio donde dormir, es donde empieza el viaje.


Restaurante Serrano: tradición con alma
No todos los almuerzos tienen capítulo propio, pero el que viví en el Restaurante Serrano lo merece. Jesús Prieto, el chef y alma del lugar, no solo cocina: te cuenta su tierra a través de cada bocado. Y lo hace con un entusiasmo tan contagioso que te entran ganas de comerte la provincia entera.
El menú empezó fuerte: boletus confitados con foie, garbanzos de pico pardal con pulpo a feira y cecina de Astorga con foie, polen de abeja y AOVE. Todo espectacular, pero permitidme que me detenga en esos garbanzos: pequeños, tiernos, jugosos, con una textura que parece inventada por una abuela con estrella Michelin. Este tipo de garbanzo es típico de la zona y absolutamente adictivo.

De segundo elegí la carrillera de cerdo ibérico al vino Mencía, aunque el salmón con setas y cremoso de patata también tuvo sus fans. La carrillera era pura mantequilla salada, melosa, con ese punto de vino tinto que te hace cerrar los ojos y asentir.
¿Y el postre? Torrijas caseras hechas por la madre de Jesús, con helado. No se puede competir con eso. Todo regado con vinos locales: un tinto de Mencía y un blanco de uva Albarín. Como guinda, limonada típica de Semana Santa, que nos guardaron especialmente. Porque aquí, como decía, te tratan como si fueras de la familia.

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Un paseo por la historia de Astorga
Después de comer (y suspirar), tocaba caminar. Astorga es uno de esos sitios donde cada esquina parece una página arrancada de un libro antiguo. Calles empedradas; plazas animadas, entre las que destaca la del Ayuntamiento y sus autómatas que golpean la campana para dar las «en punto»; fachadas con alma y arte que narra la vida de sus gentes; y ese aire sereno que solo tienen las ciudades con mucha historia y cero prisas.
El paseo sirvió para hacerme una idea del mapa emocional de la ciudad: lo romano, lo medieval, lo moderno y lo maragato se entrelazan como una sinfonía tranquila. Y mientras caminaba, «alguien» de nombre Roberto, con un conocimiento sublime de su ciudad, dijo: «Aquí cada piedra tiene una historia, pero no todas se cuentan». Por suerte, algunas sí.
Catedral de Astorga: una joya gótica y barroca
La Catedral de Santa María (sede episcopal de la diócesis de Astorga) es una de las grandes sorpresas de la ciudad. No se puede hablar de Astorga sin hablar de su Catedral. Imponente, gótica, barroca, renacentista… y humana. Porque más allá de los estilos, lo que te deja sin palabras es su presencia. Esa fachada que parece estar a punto de hablar, esas torres que se recortan contra el cielo como dedos buscando a Dios.
Por dentro, luz y sombras juegan al escondite entre bóvedas y altares. Y te quedas un rato, en silencio, aunque no seas de silencios. Porque hay lugares que imponen respeto y belleza al mismo tiempo. Este es uno de ellos.

Aunque su fachada impresiona desde el primer momento, lo mejor está dentro. El retablo mayor, la sillería del coro y las vidrieras crean una atmósfera sobrecogedora. Un templo donde el arte gótico, renacentista y barroco conviven con armonía.
La entrada es gratuita y merece la pena tomarse el tiempo de recorrerla con calma. Está justo al lado del Palacio de Gaudí, por lo que es fácil combinar ambas visitas. De la misma manera, te recomiendo que visites el Museo Catedralicio (5 €), inaugurado en 1954, donde se exhiben más de quinientas obras que siguen vivas al servicio activo del culto para el que nacieron, algunas de ellas de inestimable valor artístico e histórico.

Tradición de «matajudíos»
Ya entrada la noche, entre vinos y tapeo, una tradición con nombre inquietante, el «matajudíos», salió a lal luz. No es lo que parece, aunque sí lo fue alguna vez. Hoy, el término se refiere a la limonada típica de Semana Santa —vino con frutas y especias, dulce, aromático y sorprendentemente suave — pero su origen, como muchas tradiciones, es oscuro y merece reflexión.
Hablaron de resignificar, de mantener la bebida, pero cambiar la historia. Porque Astorga también es eso: un lugar donde se confronta el pasado sin esconderlo. Ahora toca esperar un año hasta que pueda volver a probar esta delicia.

Día 2: Un día dulce, mágico y con vistas de todo Astorga
El segundo día me tenía preparado una montaña rusa de emociones (y calorías): subí a lo más alto del Palacio de Gaudí -que no es un cuento aunque lo parezca-, bajé al subsuelo romano, viajé al pasado napoleónico y, entre medias, chocolate y más sabor local del bueno.
Palacio de Gaudí: arte neogótico con vistas
El Palacio Episcopal de Astorga, también conocido como Palacio de Gaudí, es uno de los edificios más singulares de la ciudad. Diseñado por el mismísimo Antoni Gaudí a finales del siglo XIX, fue concebido como residencia episcopal y hoy alberga el Museo de los Caminos.
Este palacio, es uno de los pocos trabajos que Gaudí firmó fuera de Cataluña. Y se nota: es como si hubiese querido dejar su alma atrapada entre arcos y vitrales. El estilo neogótico, con sus formas curvas, torres puntiagudas y detalles imposibles, hace que parezca sacado de un cuento o una película.

El interior está repleto de arte sacro y objetos vinculados al Camino de Santiago. La visita se puede hacer de forma autoguiada o con audioguía. La entrada cuesta 5 euros y está abierto todos los días.
Tuve la suerte de acceder al «Palacio Escondido», la cubierta del edificio, gracias a un moderno ascensor hidráulico que no fue fácil instalar, pero que hoy permite disfrutar de unas vistas espectaculares de la ciudad, la catedral y el entorno natural de Astorga.
Museo del Chocolate: dulce historia de Astorga
¿Sabías que Astorga fue una de las capitales del chocolate en España? Yo tampoco. Hasta que entré al Museo del Chocolate y salí con las pupilas dilatadas de información y antojo. Astorga tiene una relación histórica con el chocolate que se remonta al siglo XVI. El Museo del Chocolate narra esta tradición desde la llegada del cacao desde América hasta la elaboración artesanal que hoy sigue viva.
Aquí no solo se explica cómo llegó el cacao desde América —gracias a maragatos viajeros que traían algo más que especias—, sino cómo Astorga se convirtió en un hervidero de fábricas y obradores en el siglo XIX. De hecho, hubo más de 50 en activo. Se dice pronto, pero se huele mejor.
En sus salas, se pueden ver antiguas máquinas, utensilios, envases y carteles publicitarios de otras épocas. La visita es interactiva y deliciosa, con degustación incluida. Es un plan perfecto para niños y adultos. Si quieres comprar chocolate, este es un excelente lugar.
Para comer, el elegido fue el Restaurante La Peseta, con más de cien años de historia. Llevan desde 1871 dando de comer a viajeros y locales, y eso se nota en cada detalle. Su cocina está anclada a lo de siempre, pero con guiños contemporáneos. Es ese tipo de sitio donde confías ciegamente en lo que te pongan. Y te lo comes con sonrisa de “esto lo quiero repetir”, como los garbanzos con langostinos o cocochas y los postres de chocolate o queso.
Ruta Romana: bajo tierra está la historia
Cuando crees que ya lo has visto todo, Astorga te dice: “espera, que debajo hay más”. Y literal: lo hay. La Ruta Romana es un paseo subterráneo que recorre las entrañas de la ciudad a través de termas, cloacas y mosaicos que datan del siglo I d.C. La guía fue clave para entender cómo era la vida cotidiana en Asturica Augusta, como se conocía a la ciudad en tiempos del Imperio.
La conservación de los restos es excelente y la ruta está muy bien organizada. Se accede en grupos pequeños y es una de las visitas más interesantes de la ciudad.

Astorga Napoleónica: historia viva
Pocos saben que Napoleón pasó por Astorga. Y que no solo pasó: también se quedó. La Ruta Napoleónica recorre los lugares donde el emperador francés dejó su huella, y también donde la ciudad se defendió con uñas y piedras.
Durante la Guerra de la Independencia, Astorga resistió con fiereza el asedio francés. Al final cayó, pero con dignidad de epopeya, de hecho, en el Arco del Triunfo en París, el nombre de la ciudad aparece grabado en sus muros como recuerdo de una de las batallas más importantes a las que hizo frente el imperio napoleónico.
Al mismo tiempo, Napoleón durmió en la Casa de Tepa (sí, esa donde tú puedes reservar habitación), y la ciudad aún recuerda su paso con esa mezcla de historia y anécdotas que tanto nos gusta. La ruta recorre baluartes, plazas, y revive episodios como si estuvieras dentro de un documental. Solo que con más comida al acabar.

Día 3: Camino, piedra y cocido (en ese orden)
Despertar con el estómago en modo «pre-aviso de cocido» es una señal inequívoca de que el tercer día iba a ser muy grande. Me calcé las botas y me lancé a recorrer los últimos 6 km oficiales del Camino de Santiago hasta Castrillo de los Polvazares, un sendero de dificultad baja que se hace en hora y media o dos, con paradas para fotos, anécdotas y varios “¿te imaginas esto hace mil años?”.
La ruta hasta Castrillo de los Polvazares fue solo el aperitivo: allí me esperaba un pueblo de postal y un cocido que no se come, se vive (al revés).
Castrillo de los Polvazares y la arquitectura maragata
Llegar a Castrillo de los Polvazares es como viajar a otra época. Este pequeño pueblo (declarado Conjunto Histórico) de casas de piedra rojiza, balcones de madera y calles empedradas que suben y bajan como si tuvieran sentido propio, es uno de los mejores ejemplos de la arquitectura maragata.
Las puertas de madera, los balcones de forja y los tejados inclinados crean un conjunto único y perfectamente conservado. Aquí abres el mapa de la imaginación: te ves rodeado de carrozas con mercancías, maragatos con capa y sombrero y peregrinos con zurrón. Y lo mejor es que sigues queriendo quedarte. Ideal para perderse entre sus callejuelas con la cámara en mano.

Cocido maragato, del revés y delicioso
En Castrillo de los Polvazares comí en Casa Juan Andrés, un restaurante familiar y acogedor especializado en el plato estrella de la comarca: el cocido maragato, un guiso que es religión en la región. El ambiente es rústico, con vajilla tradicional y un trato que hace sentir como en casa. Lo recomiendo si quieres probar sabores auténticos y cocina tradicional. Por supuesto, debes dejar un hueco para el postre estrella: las natillas con «nubes» y canela.
El cocido maragato se come al revés: primero las carnes (morcillo, tocino, morro, chorizo, oreja…), luego los garbanzos (pico pardal de nuevo como no podía ser de otra forma) con verdura y, por último, la sopa. Hay teorías que lo explican por motivos prácticos de los antiguos arrieros, o por si había que salir corriendo antes de terminar la comida. Sea como sea, el resultado es espectacular.

La despedida fue a la altura del viaje. Astorga me regaló historia, cultura y gastronomía a partes iguales. La ciudad es un abrazo de piedra centenaria y guisos que hablan de tradición. Tres días de historias comestibles: dormir en palacios, navegar por túneles romanos, saborear chocolates, y rendirse al cocido maragato. Aquí, la comida es historia, y la historia se come a cucharadas.
Me fui sabiendo un poco más (bastante en realidad) de este rincón leonés, con la maleta llena de recuerdos (y mucha comida de la zona como los garbanzos, mantecadas, chocolate, miel…) y el paladar feliz. Así que la próxima vez que planees un viaje, apunta Astorga, porque aquí, como se intuye en el título, la comida es historia (o viceversa).
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