¿Cómo es la Semana Santa en Baena? Descúbrelo aquí
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El sonido del alma: El tambor de Baena
Nada define mejor la Semana Santa de Baena que el sonido incesante de los tambores. Un redoble que no solo marca el ritmo de las procesiones, sino que parece emular el latido mismo de una ciudad entregada a su tradición. El toque del tambor no es un simple acompañamiento musical, es un lenguaje propio, un código de emociones que transporta a baenenses y forasteros a un universo donde el tiempo se detiene y la pasión se transforma en sonido.

Las turbas de judíos, divididas en colinegros y coliblancos, son el alma sonora de esta celebración. Con una cadencia inconfundible, recorren las calles acompañando el transcurrir de las cofradías. Cada procesión es un retablo viviente donde el color de las colas, la solemnidad de las vestimentas y el estruendo acompasado de los tambores crean una estampa que perdura en la memoria de quienes tienen el privilegio de presenciarla.
El Protocolo del Judío: Una tradición ancestral
Baena no solo vive su Semana Santa en las procesiones, sino también en la rigurosa tradición de su protocolo. Cada año, las cuadrillas encargadas de «cajas y banderas» asumen un papel esencial: recoger a las demás cuadrillas, a los Evangelistas y al Rey Herodes para iniciar la jornada. Durante el recorrido procesional, estas cuadrillas redoblan ante las imágenes, marcando con su tambor el camino de la devoción.
El judío de Baena no es un personaje más dentro de la representación de la Semana Santa. Su presencia es clave en los misereres de Cuaresma, donde el sonido del tambor se fusiona con la oración en honor a Nuestro Padre Jesús Nazareno y a la Virgen del Rosario. Sin el casco, pero con la misma solemnidad, acompañan estas liturgias que son antesala de los días grandes de la pasión.

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Momentos cumbre: la esencia de la Semana Santa en Baena
Cada día de la Semana Santa en Baena tiene su propio pulso, su instante de emoción inigualable. El Miércoles Santo marca el inicio de la participación de las dos turbas de judíos en las procesiones, pero es el Jueves Santo cuando la ciudad se sumerge por completo en la intensidad de su devoción.
La madrugada del Viernes Santo es el clímax de la pasión. El transitar de las cofradías parece desafiar al tiempo, alargándolo en una estampa de recogimiento y solemnidad. En la mañana, el tambor sigue resonando, acompañando el transcurrir de una jornada en la que el sentimiento religioso alcanza su expresión más pura. Por la mañana el Nazareno y por la noche el Dulce Nombre recorren las calles acompañadas por un fervor que se palpa en cada esquina.

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