Ruta Costa Quebrada. Donde la tierra se abre, nace un viaje

Cantabria no rompe, se quiebra. Y en esa fractura nace algo bello: la Ruta Costa Quebrada, recientemente declarada Geoparque Mundial de la UNESCO. Esta ruta no es solo un paseo por un conjunto de acantilados dramáticos, playas escondidas y simas que parecen puertas a otro mundo: es un libro abierto de geología, de cómo el mar y el tiempo esculpen paisajes que hacen a los fotógrafos (y a cualquier persona que tenga ojos y corazón) saltar de emoción. Síguenos en nuestro viaje a través de la Ruta de la Costa Quebrada durante 3 días. Ya tienes nuevo destino que descubrir este año.

Cristina Ramos

Israel Gutier

Fotografías realizadas por Israel Gutier con Nikon Z6 II, Nikkor 24-120mm f4 S y Nikkor 14-24 2.8mm f2.8 S

La Costa Quebrada acaba de saltar de los mapas de senderistas curiosos a la lista de tesoros protegidos del planeta: la UNESCO la ha nombrado Geoparque Mundial, y eso lo cambia todo. No se trata solo de un título bonito; implica conservar, investigar y divulgar un litoral que, en apenas veinte kilómetros, resume 100 millones de años de historia de la Tierra en un puñado de acantilados, simas y playas que mutan con las mareas.

Hacer la Ruta Costa Quebrada justo después de este reconocimiento es como visitar un museo el día en que cuelgan el cartel de “obra maestra”. De pronto cada pliegue cobra protagonismo, cada fósil se convierte en pista y cada historia local suena más alta. Y como buenos cántabros, los vecinos lo celebran entre risas y conversaciones francas: bríos norteños que combinan orgullo humilde y hospitalidad de la que abraza sin demasiados aspavientos.

Ruta Costa Quebrada

Para nosotros, el cuartel general ha sido el Gran Hotel Balneario de Liérganes. No buscamos lujo ostentoso, sino ese confort de sábanas frescas, cama cómoda, gastronomía sincera y agua mineromedicinal que repara músculos tras horas de caminar en la Costa Quebrada.

Liérganes, uno de los pueblos más bonitos de España, queda a un salto de la costa, suficiente para dormir en silencio y despertarse con pájaros en vez de sirenas de tráfico. Allí planeábamos las rutas cada mañana con un sobao pasiego en la mano y, cada noche, bajábamos a la piscina termal como quien descuelga la luna para enfriarse las ideas.

Así que, con credenciales de Geoparque recién estrenadas, espíritu cántabro en vena y un balneario como punto de partida, nos lanzamos a recorrer esta fractura que más que separar, une mar, tierra y tiempo. Aquí arranca el viaje.

Día 1: Santander a La Arnía entre niebla, cuevas y cantos del agua

Nuestro estreno en la Ruta Costa Quebrada se despertó con bruma norteña y una fina llovizna que a cualquier “veraniego de sol” le habría hecho renegar. Para nosotros —dos almas con cámara y chubasquero— era la invitación perfecta: esa luz suave que vuelve dramático cada acantilado y convierte el Cantábrico en una plancha metálica digna de película clásica.

Arrancamos en el Palacio de la Magdalena. Entre el ulular de las gaviotas y los cipreses retorcidos, la vieja residencia veraniega de la realeza parecía hoy un castillo vikingo asomado al fin del mundo. Desde el mirador, la geología empieza a contar su historia: capas de calizas y margas plegadas como un hojaldre gigante después de 100 millones de años en el horno tectónico. Esto promete.

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Rodamos hacia la Playa de Mataleñas y el Faro de Cabo Mayor, centinela de la entrada a la bahía. Allí nos esperaba el rugido del oleaje rompiendo contra las columnas de flysch—esa alternancia de duras y blandas que, erosionada, forma auténticos cuchillos de piedra. Estos estratos registran, como hojas de un diario, los cambios climáticos del Cretácico superior.

Aunque la niebla ya se había ido y el sol luchaba, al igual que el mar, por hacerse su hueco en el paisaje, hacer fotos aquí es muy fácil. Lo difícil, y que descubrirás durante todo el viaje, es parar de hacerlas.

Tras el faro puedes bajar al Monolito a los Fallecidos en Cabo Mayor, de fácil acceso, pero siempre mirando por dónde pisas y sin salirte del camino. Desde este monumento tendrás una perfecta vista del faro hacia el este y de los acantilados hacia el oeste.

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La Maruca y la Isla de la Virgen del Mar

Bajamos luego a la Playa de La Maruca, humilde y marinera. Entre barcas varadas y redes colgadas, un pescador nos cuenta que, cuando el temporal aprieta, las olas llegan al bar del muelle como invitadas sin reserva.

Esta playa se encuentra sobre las rocas más jóvenes del Geoparque y una enorme figura de un pescador vigilante que espera tu visita con la marea baja. Es el momento perfecto para pasear entre estas curiosas formaciones rocosas, una de las comunidades más espectaculares de algas del litoral y una lengua de arena interminable.

La siguiente parada es la Ermita de la Virgen del Mar, posada sobre un promontorio rocoso con vocación de fortaleza. Al fondo, las praderas costeras reverberan en verde eléctrico contra el cielo plomizo. Fotográficamente, es un duelo de saturaciones, contrastes y luz de baja calidad debido a la hora del día. Aun así, el lugar es espectacular: la roca ocre, el musgo fosforescente y el Cantábrico empeñado en ser plomo líquido se presentaron ante nosotros con toda su fuerza.

Ruta Costa Quebrada
Ruta Costa Quebrada

El sendero de la ruta de la Costa Quebrada

A pocos kilómetros, San Juan de la Canal nos regala un anfiteatro natural que en marea baja deja al descubierto charcas pobladas de pequeños cangrejos y anémonas. En el lado izquierdo, tienes el sendero desde el que podrás llegar caminando sobre los acantilados a la primera zona que, con permiso de las anteriores, hará que tu corazón palpite como pocas veces lo había hecho ante un escenario natural.

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Llegan los Covachos, esa playa que juega al escondite con la marea. Cuando llegamos, el istmo estaba cubierto y el islote parecía una bestia dormida. Esperamos la bajamar mientras repasábamos mapas de fallas y plegamientos: este pedazo de costa es un laboratorio a cielo abierto donde se ve cómo la presión levantó, retorció y fracturó la corteza.

Con la marea en retroceso, cruzamos para sentir la textura áspera de la roca y notar cómo el viento cambia de temperatura entre un lado y otro del islote. Silencio absoluto salvo por el crujir del sedimento bajo las botas y alguna gaviota quejica.

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Urros de Liencres, la zona más espectacular de la ruta Costa Quebrada

Con las piernas ya “calentitas”, alcanzamos la Playa y los Regatos de La Arnía. Allí el mar se cuela entre pliegues calizos como si practicara caligrafía de espuma. Las pasarelas naturales forman líneas de fuga perfectas para fotos de larga exposición.

Entre disparo y disparo, aparece una quesada pasiega que desaparece en segundos: la energía fotográfica también entra por el estómago y es que, bajar a los regatos, aunque no es muy complicado, no es apto para gente con poca agilidad y consume unas buenas calorías.

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La luz se va, pero todavía queda la guinda: los Urros de Liencres. Rocas verticales que emergen como dragones o menhires derrotando al Atlántico. Nos situamos en el mirador de La Baselga, el más espectacular de los lugares de la Costa Quebrada, y montamos el trípode.

El sol, tímido, intenta rasgar la nube sin éxito, pero esa falta de color explosivo nos regala una paleta de grises y lilas que parecen salidos de una impresión en platino.

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Los urros son islotes que forman una alineación de rocas cuyo valor paisajístico es incalculable. Puedes pasar horas observando cómo el mar golpea las rocas y sentir la erosión de millones de años horadando sus peculiares siluetas.

Dicen que los Urros de Liencres son gigantes dormidos, castigados por los dioses cántabros a sostener el mar con sus espaldas de piedra. Otros aseguran que son los restos de un puente antiguo que unía la costa con un mundo perdido bajo las olas. Sea cual sea la leyenda, algo es seguro: al recorrer la Ruta Costa Quebrada, uno no vuelve igual.

Es un espectáculo natural incomparable, incluso si tienes vértigo podrás disfrutar de algo que no se te quitará de la cabeza el resto de tu vida. Si eres de los atrevidos, y prestas mucha atención, podrás adentrarte de manera fácil en «cortantes» que podrían figurar en el currículum de experimentados alpinistas.

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Desde aquí, puedes bajar hasta la playa de rocas y situarte a pie de los increíbles urros, como el famoso «Búho de Liencres», pero si vas solo y, sobre todo, no te sabes el camino de bajada, te recomiendo que no te aventures.

La caída es lo suficientemente grave como para no volver a hacer una foto nunca más y, de momento, la vista desde arriba es lo suficientemente imponente como para quedarte allí horas e, incluso, volver otro día durante el viaje (como hicimos nosotros).

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Cerramos el capítulo con una breve incursión sobre la Sima de Liencres. que se encuentra al otro lado del sendero que sobrevuelva los urros. Asomarse al borde mientras el viento sopla desde abajo es sentirse parte de un misterio vertical. No hubo rojos ni naranjas en el cielo, pero nos llevamos al hotel una lección: cuando la Costa Quebrada no luce sus fuegos artificiales, te enseña su poesía en blanco y negro.

Día 2: Sol, dunas y postales geológicas

Tras el gris dramático del primer día, el segundo amaneció con un sol limpio que sacaba brillo al litoral cántabro. Si el día anterior nos enfrentamos al carácter más introspectivo de la Ruta Costa Quebrada, hoy la ruta se desplegaba como un catálogo de postales vivas.

La Playa de Portio fue nuestra primera parada. Allí, las capas de roca sedimentaria forman pliegues espectaculares que se abren al mar. Esta playa es un aula abierta sobre los procesos de formación del flysch, donde se pueden distinguir las alternancias de areniscas y margas con claridad.

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El sendero por aquí discurre entre estrechos caminos sobre los acantilados y anchos caminos de gravilla que te sitúan en la que, para mí, es la playa más espectacular de toda la Ruta Costa Quebrada: la Playa de Pedruquíos (y para los locales también Playa del Madero).

Con la bajamar, una hilera de crestas calizas paralelas a la orilla crea un pasillo seco que aísla un “estanque” natural de aguas tranquilas, como si alguien hubiese colocado una caja de zapatos sobre el Cantábrico.

Geológicamente, este enclave condensa el desmantelamiento costero de la Ruta Costa Quebrada: las capas más duras resisten al oleaje y forman muros; por detrás, las margas blandas se erosionan rápido y se generan depresiones que el mar acaba rellenando durante la pleamar. Caminar sobre esa pasarela protegida de las olas, con toda la fuerza del mar tras el muro de piedra es entender en directo la erosión diferencial que da fama al Geoparque de la Costa quebrada.

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Canallave, Valdearenas y Dunas de Liencres, un festival infinito de playas de arena dorada

Seguimos hacia un trío de playas que muestran el cambio en el litoral de esta Ruta por la Costa Quebrada. Playas salvajes, imponentes y abiertas que te hacen pensar que te has teletransportado a Cádiz. En la Playa de Canallave, los surfistas dibujaban líneas fugaces sobre las olas.

Aquí el Cantábrico golpea fuerte y eso se nota en los acantilados que se erosionan poco a poco, desvelando nuevas capas de historia terrestre. Para los fotógrafos, es un espacio abierto de posibilidades: desde la acción del mar hasta los patrones que deja la marea en la arena húmeda.

La Playa de Valdearenas, a continuación de Canallave, es una de las más largas y espectaculares del tramo. Su arena fina y la amplitud de su horizonte permiten una contemplación más serena del entorno. Nos detuvimos un buen rato para caminar descalzos y escuchar el mar: a veces el paisaje se contempla mejor sin mirar a través del visor. El agua, fría, pero igualmente apetitosa para disfrutar de un baño en un día soleado como hemos tenido la suerte de disfrutar.

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Las Dunas de Liencres fueron una sorpresa incluso para quien ya había leído sobre ellas. Este sistema dunar es uno de los mejor conservados de la península, y el viento, que ese día jugaba a empujar las nubes, también movía finamente la superficie de arena. Un ecosistema delicado que invita al respeto y a la observación paciente.

Para terminar el día, al atardecer, decidimos ascender el Monte El Tolío, coronado por el punto geodésico de La Picota. El esfuerzo de la subida (un sencillo camino ancho con tramos bastantes empinados o «pindios» como me señaló un senderista) se vio recompensado con una panorámica de 360 grados sobre el litoral y el interior montañoso de Cantabria.

Desde allí, se comprende la magnitud del Geoparque Costa Quebrada: no solo un lugar de formaciones singulares, sino un enclave donde la Tierra cuenta su historia a cielo abierto.

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Día 3: De Cuchía a Santa Justa

El tercer y último día de ruta por el Geoparque Costa Quebrada amaneció como esos finales de película que se niegan a cerrar en alto: cielo cubierto, claros dispersos y un mar más agitado de lo habitual. Pero si algo nos había enseñado esta costa en los días anteriores, es que la belleza aquí no depende del sol. En la Ruta Costa Quebrada, la luz —incluso difusa— no resta dramatismo: lo transforma.

Arrancamos en la Playa de Marzán, en Cuchía. En bajamar, esta playa revela su alma mineral: una amplia superficie salpicada de plataformas rocosas y arenales, donde la erosión marina ha esculpido surcos y oquedades en la caliza. El oleaje, menos imponente que en Liencres pero igual de constante, arrastra restos de algas que contrastan con el gris claro de la piedra.

Geológicamente, este tramo costero pertenece a la unidad de la plataforma litoral de San Vicente, y es una especie de umbral: aquí se disipan los ecos del flysch más marcado del centro de la ruta, y se abren formaciones más erosionadas, más redondeadas, como si el mar llevase siglos puliendo las orillas con paciencia infinita.

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Fin de la Ruta Costa Quebrada

Seguimos hacia la Playa de Santa Justa, uno de los lugares con mayor carga simbólica del Geoparque. No solo por su belleza salvaje, sino por su historia encajada en la roca. En el extremo de la cala, como nacida de un sueño medieval, se alza la Ermita de Santa Justa, construida literalmente dentro de una cueva litoral.

Este santuario rupestre no es solo una joya espiritual, sino también geológica: las paredes que lo enmarcan muestran signos claros del proceso de karstificación, la disolución de la roca caliza por el agua ligeramente ácida.

El resultado es un refugio que parece esculpido por fuerzas tanto humanas como telúricas. En términos fotográficos, es una escena que pide una larga exposición si el mar ruge, o un encuadre más íntimo cuando la marea baja permite acercarse sin mojarse hasta los tobillos.

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Santa Justa es también lugar de leyendas. Se cuenta que un ermitaño vivió allí siglos atrás, y que los pescadores de la zona aún encienden velas cuando las tormentas se avecinan. Mito o no, el silencio del lugar impone respeto. La única compañía durante nuestra visita fue el viento y una pareja de cormoranes que zambullían sincronizados como si hubieran ensayado su número olímpico.

La última parada del día nos llevó a un rincón poco conocido, pero profundamente evocador: El Sagle, una plataforma rocosa horadada por la acción del mar. En marea baja, se convierte en una especie de tablero natural: charcas, grietas y pequeñas crestas que forman una topografía casi lunar.

Este paisaje nos recuerda que el Geoparque Costa Quebrada no se agota en sus postales más famosas. Hay belleza silenciosa en estos márgenes, en estas zonas intermedias donde el turismo no ha fijado aún su bandera.

Ruta Costa Quebrada

Aunque no visitamos el interior del Geoparque esta vez, pues quisimos centrarnos en el litoral y en hacer la Ruta Costa Quebrada, no puede dejar de mencionarse que muy cerca de esta ruta costera se encuentran lugares tan singulares como las Cuevas de Altamira, la Cueva del Pendo o el Pozo Tremeo: todos forman parte del universo del Geoparque, y todos dialogan con lo que hemos visto junto al mar.

En esencia, lo que sucede bajo tierra es un eco del paisaje que se muestra en superficie. La misma roca, los mismos procesos geológicos, pero en distinto idioma.

Ruta Costa Quebrada

Durante tres días seguimos las fracturas de la Tierra como si fueran líneas de un mapa antiguo. Caminamos sobre el tiempo, entre pliegues, acantilados y playas que narran 100 millones de años en voz baja, pero firme. No es solo paisaje: es memoria, ciencia, emoción y vértigo.

Ahora, con su recién estrenado título como Geoparque Mundial por la UNESCO, la Costa Quebrada no es solo un destino fotogénico: es un santuario natural, un aula al aire libre y un ritual personal. Un viaje que combina tierra, agua y cielo con algo más difícil de nombrar: sentido. Si estás buscando un lugar donde mirar hacia fuera y entender algo dentro, apunta este nombre para el 2025. La Ruta Costa Quebrada no se recorre: se escucha. Y lo que susurra, deja huella.

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