Ruta por los Pueblos Blancos de Cádiz
Viajar por los Pueblos Blancos de Cádiz es sumergirse en un mosaico de historia, paisajes de cuento y una gastronomía que atrapa el paladar. Esta escapada por Cádiz tuvo como base el Hotel Tambor del Llano, un lugar en plena Sierra de Grazalema, y terminó en Vejer de la Frontera, y una visita exprés a Cádiz. Un viaje donde la naturaleza, la gastronomía y el descanso se entrelazan en perfecta armonía y que atrapan al viajero conquistando su corazón, vista, olfato y, cómo no, su paladar.
Fotografías realizadas por Israel Gutier
Las carreteras serpenteantes de la sierra de Grazalema conducen a los pueblos blancos, cuyo nombre proviene del característico encalado de sus fachadas. La luz del sol resalta aún más el contraste entre las casas y el verde de los valles y montañas, creando una estampa difícil de olvidar. Es cierto que estamos en la zona donde más llueve de España, pero no es una lluvia constante en el tiempo como en Asturias o Galicia, es una lluvia intensa durante pocos días al año, que facilita la aparición del color verde en sus montañas y que no impide disfrutar de la visita a la zona.
La historia de estos lugares se remonta a la época de la dominación árabe, cuando fueron baluartes defensivos y enclaves estratégicos. Hoy, los pueblos blancos combinan la herencia andalusí con el encanto de la vida rural y una oferta gastronómica excepcional. En cada parada, descubrí paisajes sorprendentes, monumentos con siglos de historia y platos que reflejan la esencia de la sierra gaditana.

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Hotel Tambor del Llano, el campo base perfecto
Ubicado en el corazón del Parque Natural de la Sierra de Grazalema, el Hotel Tambor del Llano es un lugar pensado para los amantes de la naturaleza. Durante mi estancia, además de descansar y disfrutar de una agradable charla nocturna con su propietaria y el manager del alojamiento, realicé una ruta a caballo de dos horas, una experiencia inolvidable para recorrer los parajes de la zona con vistas espectaculares a la sierra y su vegetación autóctona.
El hotel ofrece diversas actividades al aire libre, desde senderismo hasta avistamiento de aves. Además, tuve la oportunidad de degustar una exquisita pata de cordero, criado en la propia finca de 32 hectáreas del hotel, lo que aportó un toque aún más especial a la experiencia.

Las noches, envueltas en un silencio absoluto, son perfectas para desconectar del bullicio urbano con sus amplias habitaciones cuidadosamente decoradas, limpias y con una cama que te atrapa en un sueño largo y muy placentero. Sin duda alguna, es un lugar perfecto en el que hospedarse para descubrir la zona o simplemente para pasar unos increíbles días.
Además, si vas en verano, tienen una piscina integrada en el paisaje que te transporta a alguna de las lujosas viviendas que salen en programas de arquitectura única.
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Los pueblos Blancos, un recorrido por la esencia de Cádiz
Durante tres días, recorrí algunos de los pueblos más emblemáticos de la Sierra de Cádiz, cada uno con su propio encanto y personalidad. La ruta comenzó en Grazalema, un pueblo que parece sacado de un cuadro, rodeado de montañas y con un casco histórico que conserva la arquitectura tradicional andaluza.
Sus calles empedradas conducen a plazas llenas de vida, donde los habitantes disfrutan del día a día sin prisa. Aquí me detuve a comer en el restaurante Cádiz El Chico, donde probé platos con ingredientes de la zona que hacen honor a la cocina serrana. Totalmente recomendado.
En Grazalema, pude apreciar el contraste entre la zona baja, con sus casas señoriales, y la alta, más humilde. La iglesia de la Encarnación, antigua mezquita, y la iglesia de San José, en el barrio alto, muestran la huella histórica de este pueblo. En julio, se celebra la Fiesta del Toro de Cuerda, el siguiente domingo al 16 de junio, en honor a la Virgen del Carmen. Una tradición que sigue viva y que merece la pena descubrir, aunque sea una vez.

El viaje continuó hacia Villaluenga del Rosario, un pequeño pueblo con un encanto especial. Su cementerio, ubicado en las ruinas de una iglesia, ofrece una de las vistas más sorprendentes de la sierra. Otro de los lugares de interés aquí es la plaza de toros, enclavada bajo la montaña y de diseño octogonal, la única en toda la provincia de Cádiz que no ofrece la clásica forma circular.
Al mismo tiempo, Villaluenga del Rosario es la cuna del famoso queso payoyo, una delicia que puedes encontrar en el resto de pueblos de la sierra y que no podía dejar de probar antes de seguir el camino hacia Benaocaz. Este pueblo es perfecto para los amantes del senderismo, con rutas como la del Salto del Cabrero y la calzada romana que lo conecta con Ubrique, testigos del pasado histórico de la región.
A medida que avanzaba la ruta, cada parada revelaba un pedazo más de la historia y la cultura de esta tierra. En El Bosque, el río Majaceite guía a los senderistas en un recorrido natural que atraviesa bosques de ribera, mientras que en Benamahoma, la tradición y la naturaleza se fusionan en un pueblo con arraigadas costumbres festivas como el Toro de Cuerda, una celebración de origen medieval. Hace años, en este pueblo, hubo dos piscifactorías de trucha, y hoy es famoso también por su Ruta del Pinsapar y la del Río Majaceite.

Gastronomía, cultura y paisajes de los Pueblos Blancos
La carretera me llevó hasta Zahara de la Sierra, donde su castillo domina el embalse con unas espectaculares vistas. Subir hasta la fortaleza fue todo un reto, pero la panorámica recompensó el esfuerzo. Si quieres hacer una foto de este bonito pueblo, te recomiendo que te alejes de él, pues la silueta que forman sus casas, la iglesia y el castillo es muy fotogénica.
Después de recorrer sus calles, me dirigí a reponer fuerzas en el Restaurante La Era, donde sus amables propietarios y trabajadores cuidan el género local como si les fuera la vida en ello. Mención aparte a la deliciosa tarta de la abuela, que tuve que pedir antes de empezar con los entrantes para evitar quedarme sin probarla. Menos mal que lo hice. También te lo recomiendo sin ninguna duda.

Uno de los momentos más especiales del viaje lo viví en Olvera, donde visité la almazara Oleum Viride. Aquí me sumergí en el fascinante mundo del aceite de oliva, con un curso en el que aprendí todos los secretos sobre la producción de este «oro líquido» y participé en una cata de aceites con matices sorprendentes, desde limón e hinojo hasta tomate y algas marinas. Una experiencia enriquecedora que añadió un toque gastronómico y cultural al recorrido.
Cada pueblo tenía algo único que ofrecer, y Setenil de las Bodegas no fue la excepción. Sus calles, flanqueadas por casas construidas directamente en la roca, crean un paisaje urbano inigualable. Aquí el tapeo es una religión, y las tabernas bajo las formaciones rocosas ofrecen una experiencia culinaria inolvidable. Después de explorar Setenil, emprendí el regreso hacia Grazalema, completando un círculo que me permitió absorber la esencia de la sierra en su máxima expresión.

El tramo final del viaje nos llevó hacia la costa, pasando por Ubrique, conocido por su tradición marroquinera, y Arcos de la Frontera, donde el pasado árabe y cristiano se entrelazan en un casco histórico que se asoma sobre un impresionante tajo. Aquí el tiempo parecía haberse detenido entre sus blancas calles y las plazas con vistas de la sierra que ya había dejado atrás.
El broche de oro de la ruta lo puso una excelente comida en la playa de la Barrosa, en el restaurante Santorini, donde la atención de sus empleados y el arroz meloso almadrabero me dejó con ganas de quedarme tomando el sol en una de las playas más bonitas de Cádiz.

Una vez con energía de nuevo, tuve que poner rumbo a Vejer de la Frontera, un pueblo de postal donde cada rincón está cuidado con esmero. Sus calles estrechas y encaladas, llenas de flores y patios escondidos, creaban una atmósfera mágica. Además, al ser un día entre diario de invierno, pude disfrutar de un ambiente calmado y silencioso, algo que es totalmente diferente en los meses de verano.
La cena en El Jardín del Califa fue el final perfecto para este recorrido, con un menú inspirado en la cocina andalusí que transporta a otra época. Ya había tenido la oportunidad de disfrutar de su carta anteriormente y, en lugar de innovar, decidí comer de nuevo su impresionante pastela, una de las mejores que he comido en mi vida.

Tras la cena, el descanso junto al mar en el Hipotels Barrosa Park, en Chiclana, fue el complemento ideal para cerrar la experiencia. Este hotel de cuatro estrellas está hecho para descansar y disfrutar de la playa, ideal para reponer energías después de días de exploración. Su ubicación en la playa de La Barrosa permite admirar el Atlántico y sus espectaculares atardeceres.
Cádiz: Historia, mar y buena mesa
Como colofón del viaje, pasé un día en Cádiz, la ciudad más antigua de Occidente. Recorrer su casco histórico, desde la Catedral hasta La Caleta, fue una experiencia inolvidable. Sus plazas, mercados y murallas cuentan historias de navegantes y comerciantes que forjaron el carácter de la ciudad.
Visité el Mercado Central, donde los productos del mar son los protagonistas, y paseé por el barrio de La Viña, con su peculiar ambiente y el inconfundible espíritu gaditano. La arquitectura colonial y los vestigios fenicios recuerdan la riqueza histórica de esta ciudad. La alegría, el arte y la forma de disfrutar de la vida, es algo que te enamora desde el primer paso.

Para despedirme de Andalucía con buen sabor de boca, comí en El Faro de Cádiz, un clásico donde degusté el mejor pescaíto frito y mariscos frescos. El aroma a salitre y el bullicio de la ciudad quedaron grabados en mi memoria, poniendo el cierre perfecto a un viaje inolvidable.
Dejar Cádiz siempre deja un sabor agridulce, la sensación de querer volver, seguir explorando sus rincones o establecerse aquí durante una temporada. Porque en esta tierra, cada visita es distinta y siempre hay algo nuevo que descubrir. En esta ocasión, los Pueblos Blancos han sido el viaje perfecto para empezar el año con alegría de vivir.

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