Una ruta por Extremadura que te hará volver una y otra vez
Si alguna vez has soñado con perderte en un destino lleno de historia, naturaleza salvaje y tradición, una ruta por Extremadura podría ser la aventura que buscas. Este rincón de España esconde paisajes que te dejan sin aliento. Pero no es solo el escenario lo que te cautivará, es el latido de un territorio que conserva su esencia intacta, donde cada paso te conecta con la vida rural y el legado cultural de siglos. Prepárate para una experiencia donde la buena gente, la gastronomía y la historia se entrelazan de manera perfecta en un verde brillante que nadie se espera.
Fotografías realizadas por Israel Gutier
Antes de lanzarnos de lleno a esta ruta por Extremadura, quiero decirte algo: prepárate para vivir algo mucho más que unas vacaciones. Aquí no solo descubrirás una tierra con paisajes que parecen salidos de otro tiempo, sino que te adentrarás en historias que dan vida a cada rincón.
Un puente romano que resiste el paso de los siglos y camiones de gran tonelaje, un secadero de jamón donde el aire huele a tradición, todo en Extremadura tiene algo que contar. Así que, si eres de los que disfrutan de la aventura sin prisas, de perderse por caminos antiguos y saborear la vida a su propio ritmo, este viaje tiene tu nombre. Lo que viene a continuación es mucho más que una simple ruta.
Robledillo de Gata
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Día 1 – Castillos, los pueblos más bonitos de España y buena mesa
Cuatro días por Extremadura en coche. Ese era el plan. Una región que no conocía en profundidad pero que siempre me había llamado la atención por su mezcla de historia, paisajes y ese aire auténtico que a veces cuesta encontrar. Salimos de Madrid temprano, con el coche cargado de ganas de descubrir, y no tuvimos que esperar mucho para que el viaje empezara a sorprendernos.
La primera parada fue Augustóbriga, un lugar que impresiona desde que lo ves a lo lejos. Allí, junto al Embalse de Valdecañas, se alzan los restos de un antiguo templo romano, con columnas que parecen desafiar al tiempo. Es de esos sitios donde te quedas en silencio porque, entre las piedras antiguas y el paisaje de agua, todo invita a observar y dejar que pase el momento.
El camino hasta allí tampoco tiene desperdicio: una carretera rodeada de robles, encinas y avellanos, como si la naturaleza quisiese ir preparándote para lo que vas a encontrar.
Después de la pausa histórica, continuamos hacia Trevejo, una de esas aldeas que parece sacada de una postal. Apenas una docena de habitantes y un ritmo de vida que, para los que venimos de la ciudad, resulta casi irreal. Lo primero que llama la atención es el Castillo de Trevejo, imponente aunque en ruinas. Conserva la torre del homenaje y parte de las murallas, y desde allí arriba, las vistas de la Sierra de Gata te dejan sin palabras.
Este castillo ha visto de todo: órdenes militares, invasiones y hasta la expulsión de un bandolero famoso, “El Travieso”, a manos de Isabel la Católica. A sus pies, el cementerio y unas tumbas antropomorfas, que le dan un aire casi mágico. Bajando un poco, encontramos la iglesia de San Juan Bautista, del siglo XVI, que tiene una curiosidad: su campanario, en forma de espadaña, está separado del resto de la construcción.
Trevejo es un lugar para pasear despacio y dejar que el silencio te acompañe.
Hoyos y San Martín de Trevejo, tradición y sabor
Con el mediodía acercándose, llegamos a Hoyos, la capital administrativa de la Sierra de Gata. Es un pueblo tranquilo, con ese aire de lugar que guarda mucha historia. Fue residencia veraniega de los obispos de Coria, y todavía conserva edificios que lo recuerdan, como la Iglesia de Nuestra Señora del Buen Varón o la Plaza Mayor porticada, donde parece que todo el pueblo se reúne.
Paramos a comer en el restaurante El Redoble, y fue todo un acierto. Platos caseros, sencillos pero llenos de sabor. Yo probé unas carnes a la brasa que todavía recuerdo, y de postre, un dulce típico de la zona que remató la comida de la mejor manera.
Con el estómago lleno, seguimos hacia San Martín de Trevejo, otro de esos pueblos que parecen haberse detenido en el tiempo. Aquí se habla “a fala”, una lengua propia que los vecinos cuidan como oro en paño. Las casas tradicionales, con sus bajos de piedra donde antiguamente se guardaba el ganado y los pisos superiores de madera y adobe, le dan un encanto especial a cada rincón.
Lo que más me llamó la atención fue el agua. Una red de regaderas atraviesa el pueblo recogiendo agua de la montaña, y su sonido te acompaña mientras paseas. La Plaza Mayor, con su torre campanario y edificios históricos como la Casa del Comendador, es perfecta para sentarte un rato y simplemente observar.
Antes de terminar el día y poner rumbo al hotel, es obligatorio visitar el pueblo de Robledillo de Gata, y por supuesto, antes de que caiga el sol, pues el encanto de sus calles es sin duda alguna, uno de los más cautivadores de la zona.
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Robledillo de Gata y Hospederías de Extremadura
Además de sus bonitas calles empedradas y su arquitectura tradicional, Robledillo alberga una joya histórica: su almazara medieval. Este molino de aceite, que data de la Edad Media, fue transformado en museo en 2004, y nos permite recorrer, de manera única, el funcionamiento de la maquinaria original.
Aquí podrás sumergirte en la historia de la producción del aceite de oliva, observando objetos relacionados con este antiguo oficio. Entre las exposiciones, destacan lámparas romanas y candiles, maquetas de almazaras de distintas épocas, y una serie de recipientes con las tradicionales medidas usadas para el transporte y consumo del aceite. Además, se puede ver una interesante colección de fotografías que documentan los últimos años de funcionamiento de la almazara.
Este recorrido por la historia del aceite no solo es fascinante desde el punto de vista técnico, sino también cultural. El aceite de oliva ha sido siempre un elemento esencial en la vida y economía de los pueblos de Extremadura, y en este lugar se respira el legado de una tradición que, aunque ha evolucionado, sigue viva en el día a día de los habitantes de la región.
Terminamos el día alojándonos en la Hospedería Conventual Sierra de Gata, un antiguo convento convertido en un hotel lleno de encanto que pertenece a Hospederías de Extremadura, alojamientos únicos en lugares con historia, tradición y una belleza monumental que podrían compararse con los alojamientos de Paradores. La cena fue un lujo: productos locales, buen vino y un ambiente tranquilo que te invita a desconectar del todo. Después de un día tan completo, no había mejor manera de recargar pilas para lo que venía.
Extremadura había empezado fuerte, y todavía quedaban tres días por delante.
Día 2: Entre el río y la piedra
El segundo día arrancó temprano. Tras un café rápido, me dirigí hacia Ceclavín, un punto de partida perfecto para una jornada en contacto con la naturaleza y la historia. En este día me acompañó Antonio Cancho, guía de la empresa Guías Historiadores, un auténtico apasionado de la historia y la cultura de Extremadura. Su conocimiento iba mucho más allá de los datos básicos: cada anécdota y explicación nos ayudaba a ver los lugares con otros ojos.
Paseo fluvial por el Tajo Internacional: una ventana a la naturaleza
Desde Ceclavín nos dirigimos al Paseo fluvial del Tajo Internacional, en el que navegamos entre los espectaculares Canchos de Ramiro y el meandro Melero. El paisaje es de esos que no se olvidan: cañones rocosos que se alzan imponentes sobre el río, hogar de una fauna increíble. Durante el recorrido, pudimos observar águilas, milanos y otras aves rapaces, que sobrevolaban los acantilados con una majestuosidad que parecía coreografiada. Si te gusta la fotografía de aves, este es un auténtico paraíso.
Por desgracia, no tuvimos la suerte avistar ciervos o jabalíes, y según nos contó nuestro guía del barco, Miguel de la empresa https://barconatura.es/ en la zona no es raro ver nutrias y zorros. Creo que sería muy interesante combinar este precioso paseo en barco con una excursión por la zona de tierra para poder vivir aún más esta experiencia de naturaleza viva en primera persona.
El río Alagón serpentea entre montañas mientras te sumerges en un silencio roto solo por el sonido del agua y los pájaros. Para completar la experiencia, nos ofrecieron una cata de productos locales con Denominación de Origen: quesos, embutidos y, por supuesto, un vino de la región que estaba a la altura del paisaje.
Alcántara: un puente hacia el pasado
La siguiente parada fue Alcántara, una villa que merece una visita detenida. Antonio, nuestro guía, nos llevó por el conjunto histórico de Alcántara, que guarda tesoros en cada esquina. El protagonista indiscutible es el Puente de Alcántara, una maravilla de la ingeniería romana construida en el siglo II d.C. Cruzar sus seis arcos de medio punto y detenerse bajo el arco de Trajano es como caminar por la historia.
En los extremos del puente encontramos la Torre del Oro y un antiguo templo romano, vestigios de una época en la que esta obra era clave para las comunicaciones del imperio. Desde allí nos dirigimos al Mirador de la presa de Alcántara, donde conviven la obra romana con la modernidad de una presa actual, creando un contraste curioso pero fascinante.
El puente dejará de ser transitable para los vehículos muy pronto, pues se está construyendo junto a él otro puente para evitar los problemas de desgaste y espacio del histórico puente romano.
Conventual de San Benito: un espacio para descubrir
El Conventual de San Benito, además de su rica historia como centro de la Orden de Alcántara, guarda detalles fascinantes que reflejan su evolución a lo largo del tiempo. Hace 26 años se emprendió una importante restauración para preservar su estructura, y en una sala contigua se conservan los planos originales de esta última intervención, realizados por el arquitecto Alejandro Millán.
Entre los elementos destacados del convento, sobresale el lavatorio ubicado en una bóveda decorada con el escudo de los Reyes Católicos, un recordatorio de la influencia real en la Orden. También resulta especialmente interesante la receptoría, de la que solo se conserva la piedra original, una muestra del detallado trabajo de cantería de la época.
La historia del Conventual incluye también curiosidades únicas, como el altar de la resurrección, vinculado a Dionisio Miguel Oriol, hijo de Antonio de Nebrija, que añade un interesante vínculo cultural y religioso a este espacio. Aunque fue concebido como un convento, su estructura robusta y su diseño le otorgan un aspecto de fortificación militar, lo que a menudo lleva a confundirlo con un castillo.
En el patio central, naranjos y limoneros dan un toque de color a un edificio que respira historia y que, en la actualidad, acoge actividades culturales y organizan visitas guiadas y gratuitas previa reserva.
Al mismo tiempo, el Conventual de San Benito no solo es una joya arquitectónica, sino también un lugar con un profundo significado histórico. Este edificio fue concebido como el centro de identidad de las órdenes de caballería, entre ellas la Orden de Alcántara, a la que estuvo estrechamente vinculado. Formaba parte de un grupo de órdenes que incluían también a Montesa, Calatrava, Santiago y el Temple, todas ellas fundamentales en la configuración histórica de la Península Ibérica.
A pesar de su importancia, el convento quedó inacabado, pero aún conserva detalles extraordinarios como sus escaleras de caracol, una auténtica muestra del ingenio constructivo de la época. Este espacio añade una dimensión histórica que conecta directamente con la tradición de las órdenes militares, que marcaron una época clave en la defensa y organización del territorio.
El Conventual de San Benito no es solo un edificio, sino un reflejo del poder y la espiritualidad que definieron a estas órdenes y que siguen siendo parte esencial del legado cultural de Extremadura. Antes de despedirnos de Alcántara, visitamos el Palacio de los Roco Campofrío, un edificio, datado originalmente en el siglo XVII, construido por Frey Don Juan Roco Campofrío.
La historia del palacio está vinculada a la Reconquista, cuando Bernaldo Roco recibió la dehesa de Campofrío como recompensa por sus servicios en la batalla por Alcántara en 1213. Aunque la estructura sufrió daños significativos a lo largo de los siglos, sigue siendo un testimonio de la ambición y el prestigio de sus propietarios. Su fachada se encuentra en ruinas aunque conserva elementos arquitectónicos como columnas toscanas y jónicas, frontones triangulares y curvilíneos, y un escudo marmóreo con las armas de la familia Roco.
Brozas: un retablo que parece de otro mundo
A solo 15 kilómetros de Alcántara, Brozas fue nuestra última parada del día. Este pueblo tiene una riqueza patrimonial impresionante, con la Iglesia de Santa María la Mayor de la Asunción como punto culminante y uno de los grandes tesoros arquitectónicos de la zona. Declarada Monumento Nacional en 1988.
Su construcción abarca desde el siglo XVI al XVII, lo que le otorga una interesante mezcla de estilos arquitectónicos. Fue declarada Monumento Nacional en 1988 y está reconocida como Bien de Interés Cultural, un merecido reconocimiento a su valor patrimonial.
Diseñada por el arquitecto Pedro de Ybarra, destaca como una iglesia salón, un estilo que da amplitud y luminosidad al interior. La portada principal, de traza renacentista y gótica, es una obra maestra que sorprende por sus detalles y simetría. Una de las curiosidades de la iglesia es su ventana, que tardó treinta años más en construirse, algo que muestra las dificultades y la paciencia necesarias en estas grandes obras.
El interior alberga un impresionante retablo, realizado en madera de pino piñonero, cuya construcción llevó tres años. Esta pieza monumental no solo refleja el talento de los artistas de la época, sino que también exalta el fervor religioso. En la iconografía destaca la figura de la Virgen del Amparo, vinculada al dogma de la Virgen, una de las advocaciones más queridas en la región.
La historia también ha dejado su huella en la iglesia. El terremoto de Lisboa de 1755 causó daños importantes que obligaron a varias restauraciones, consolidando su estructura para los siglos venideros. Hoy, Santa María la Mayor sigue siendo un punto de referencia para Brozas y un testimonio del esplendor arquitectónico y espiritual de Extremadura.
En Brozas también visitamos la Iglesia de los Santos Mártires San Fabián y San Sebastián y por último, el Castillo de la Orden de Alcántara, aunque ahora es de propiedad privada, nos dejó imaginar cómo era la vida en un lugar diseñado para la defensa y el control territorial.
Descanso en la Hospedería Conventual de Alcántara
Antes de ir a dormir, tuve la oportunidad de visitar el Parque Periurbano de Conservación y Ocio de Brozas, un espacio que combina naturaleza, tradición y ocio al aire libre, perfecto para quienes buscan una conexión auténtica con el entorno. En este enclave destaca la Charca de Brozas, un paraje emblemático donde se practica la pesca de la tenca, un pez muy valorado en la gastronomía local.
Lo más curioso de esta actividad es su método tradicional de pesca, conocido como «en burro». Este sistema, que se mantiene vivo gracias al empeño de los vecinos, es una muestra del respeto por las costumbres locales. Aunque se puede disfrutar del parque durante todo el año, la primavera es la mejor época para visitarlo, cuando el paisaje florece y la actividad en la charca se vuelve especialmente animada. Asimismo, el otoño es también otra momento especial debido al movimiento de aves y a los colores del atardecer.
El parque no solo es un lugar de interés para los amantes de la pesca, sino también un rincón ideal para pasear, relajarse y disfrutar del aire puro. Es un ejemplo perfecto de cómo el entorno natural y las tradiciones pueden convivir en armonía, convirtiéndose en un atractivo único de Brozas.
El día terminó con una cena en la Hospedería Conventual de Alcántara, un lugar que combina la serenidad del entorno con la calidez de su hospitalidad. Los platos que nos sirvieron estaban elaborados con productos locales, y el vino, como en todo el viaje, fue una delicia. Después de una jornada tan intensa, la comodidad de esta antigua fábrica de harina convertida en hotel fue el broche perfecto.
Extremadura seguía conquistándome, no solo con sus paisajes y monumentos, sino también con su capacidad de hacer que cada rincón cuente una historia.
Día 3: Montánchez y sus tesoros gastronómicos y culturales
La jornada comenzó con una inmersión en la naturaleza en la Ruta de los Molinos PR-CC 27, un recorrido lineal de 6,5 kilómetros que conecta Montánchez con Arroyomolinos. La caminata, de unas dos horas y fácil de seguir, nos llevó junto a un precioso bosque de castaños y unos paisajes marcados por los restos de antiguos molinos que en su tiempo fueron esenciales para la economía local gracias al procesamiento del cereal.
Mientras avanzábamos, el sendero ofrecía una experiencia multisensorial: el aroma del tomillo, el hinojo y el gordolobo se mezclaba con la historia viva de estas construcciones.
De la naturaleza saltamos a la historia con una visita guiada a la Basílica Hispano-Visigoda de Santa Lucía del Trampal, en Alcuéscar, un lugar único en su género. Construida alrededor del año 700, su fachada contiene símbolos que remiten a antiguos cultos paganos, como los de la diosa Ataecina, vinculada a la fertilidad y a la figura de la cabra, que aún aparece representada en el edificio.
En su entorno, antaño un fértil campo agrícola con sistemas de acequias y embalses, Santa Lucía fue primero una basílica visigoda, después un monasterio y, finalmente, un fortín durante la invasión napoleónica. Su historia es un vaivén de usos y abandonos: en el siglo XIX se privatizó y solo su memoria perduró a través de las romerías locales.
Dentro del edificio, las columnas de mármol, los frisos y los canceles nos recuerdan su esplendor original, mientras que el rito visigótico-mozárabe, que incluye el uso de incienso y donativos en el crucero, añade un elemento místico a su aura.
Una casa rural de fotografía histórica
El almuerzo tuvo lugar en la Casa Rural Doña Anita, donde el chef Pepe Valadés nos deleitó con una comida especial que fusionaba la tradición con toques modernos. Este lugar no es solo un restaurante y alojamiento, sino un homenaje vivo a la historia de Montánchez y a su producto estrella: el jamón ibérico.
La casa, construida en el siglo XVIII, fue hogar de Anita Lázaro, una empresaria que consolidó la reputación de Montánchez como epicentro del mejor jamón ibérico de España. Sus muros de piedra y sus bodegas cuentan historias de siglos, y hoy se han convertido en un refugio perfecto para quienes buscan una experiencia auténtica y llena de sabor.
Por la tarde, visitamos el secadero de jamones de Casa Bautista, donde nos explicaron por qué Montánchez, gracias a su clima y altitud, es el mejor lugar del mundo para curar jamones. Aprendimos sobre su proceso de curado y la importancia de etiquetas como la negra (100% ibérico de bellota), la roja (mín. 50% ibérico), la verde (criados en libertad, con pienso) y la blanca (criados en granjas con pienso), que indican la raza y la alimentación de los animales.
La jornada culminó con una master class de corte de jamón, impartida por David Lavado en la Casa Rural Doña Anita. Aprendimos cómo abrir un jamón, los diferentes sabores de cada parte (maza, babilla, contramaza y punta) y técnicas de conservación para mantener el jamón perfecto una vez abierto. David nos enseñó detalles curiosos, como los cristales de tirosina, que son síntoma de una curación lenta y natural, y técnicas esenciales de corte y conservación.
Todo ello, con el mejor jamón de Montánchez como protagonista, fue una experiencia tan deliciosa como educativa.
Día 4: Descubriendo el pasado
Comenzamos el día adentrándonos en un lugar fascinante: las Cuevas de Fuentes de León, declaradas Monumento Natural en 2001. Este entorno, de unas 1.020 hectáreas, alberga un conjunto de cinco cuevas y dos simas que combinan belleza natural, riqueza arqueológica y biodiversidad excepcional. Es imprescindible concertar la visita con antelación, ya que las exploraciones son guiadas y solo se realizan por la mañana.
La flora y fauna del entorno son espectaculares. Orquídeas y rosas de Alejandría añaden color al paisaje, mientras que especies como la cigüeña negra, la garza real, ciervos y jabalíes pueblan este enclave protegido. Además, en el Jardín de la Roca, los visitantes pueden aprender sobre los minerales característicos de Extremadura, como el jaspe, famoso por su tacto suave y utilizado en la expresión popular «estar más limpio que un jaspe».
Cada una de las cuevas tiene su propio carácter y valor histórico. La Cueva de los Postes, conocida por sus tres columnas naturales, ha sido escenario de descubrimientos arqueológicos que abarcan miles de años. Hipólito Collado Giraldo, director del proyecto arqueológico, y el CEMAP, asociación que financia las investigaciones, han desenterrado hallazgos extraordinarios: lucernas romanas, pesas de telares, monedas, cuencos y vasijas.
También se han identificado restos más antiguos, como huesos de osos pardos, tortugas y ciervos del Neolítico, y el registro óseo más antiguo de Extremadura, que corresponde a un neandertal primitivo de hace más de 200.000 años.
La Cueva Masero, también conocida como la «Cueva Bonita», deslumbra con formaciones que parecen velas o banderas. Por otro lado, la Cueva de los Caballos, aunque no es visitable, ha proporcionado información valiosa desde su excavación en la entrada. La Cueva del Agua, que no llegamos a explorar en esta ocasión, también es parte integral del conjunto. En algunas de estas cuevas se han hallado grabados y restos que datan del Paleolítico y el Neolítico, confirmando su uso como lugares de culto y refugio para diversas civilizaciones a lo largo del tiempo.
En el área, también destaca un pequeño museo-laboratorio científico que complementa la experiencia con una exposición de minerales nacionales e internacionales, ofreciendo una perspectiva más técnica sobre la geología y la historia natural de la región.
Sabroso fin de ruta por Extremadura
Tras esta inmersión en el pasado, nos dirigimos a Bodegas Toribio en Puebla de Sancho Pérez para una experiencia enoturística que nos conectó con los sabores contemporáneos de Extremadura. Estas bodegas, conocidas por sus vinos de la marca Viña Puebla, también producen vermut, que resultó ser una sorpresa deliciosa. Entre toneles y barricas, aprendimos sobre el proceso de elaboración y tuvimos la oportunidad de catar algunos de sus mejores vinos y productos de la tierra.
Para almorzar, hicimos una parada en el Restaurante Abadía, también en Puebla de Sancho Pérez, donde la gastronomía local brilló con platos tradicionales reinventados con toques modernos. Este restaurante merece una visita propia, la calidad de su carta y el cariño con el que atienden, son iguales de excelentes que los productos que ofrecen, especial atención al atún rojo de almadraba traído directamente por el dueño, José Antonio Navarro, al restaurante desde Cádiz, y el carpaccio de ternera con piñones. Fue el cierre perfecto para una jornada que nos llevó desde los vestigios más antiguos de la región hasta los sabores que representan su presente.
Esta ruta por Extremadura ha sido una auténtica sorpresa, una mezcla perfecta de historia, naturaleza y gastronomía que te atrapa desde el primer momento. Desde recorrer los impresionantes paisajes del Tajo hasta perderse por encantadores pueblos con tanta historia, cada día ha sido una nueva aventura. No solo he descubierto rincones fascinantes, sino también a personas apasionadas por su tierra que, con su conocimiento y hospitalidad, han hecho que cada visita sea mucho más que un simple paseo. Sin duda, Extremadura tiene un alma única, y este viaje me ha dejado con las ganas de seguir explorándola.
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