Qué ver en Túnez en 7 días llenos de admiración

Túnez, un país donde las civilizaciones han dejado su huella y donde el presente convive con el pasado de forma fascinante. Siete días para recorrer sus paisajes, descubrir su historia y entender su esencia. No es solo un viaje, es una inmersión en una tierra de contrastes. Bienvenidos a un recorrido distinto, donde cada día es un capítulo vivo de la historia. Descubre qué ver en Túnez en 7 días (o menos).

Cristina Ramos

Israel Gutier

Fotografías realizadas por Israel Gutier

Desde ruinas romanas perfectamente conservadas hasta pueblos con alma andalusí, desde el bullicio de los zocos hasta el silencio del desierto, un viaje a Túnez es una lección de historia en movimiento. En una semana se puede recorrer perfectamente la esencia del país: la antigua Cartago, los zocos de Túnez y Djerba, los paisajes del sur con sus oasis y aldeas trogloditas, y el legado romano y bereber que sobrevive en cada rincón.

Este recorrido de siete días es una muestra de todo lo que el país tiene para ofrecer, una ruta que condensa siglos de historia, paisajes de película (y no es un cliché) y una gastronomía variada y apta para carnívoros, veganos y «healthies».

Que ver en Túnez

Día 1 Qué ver en Túnez: De Sloughia a Dougga, entre ríos secos y ruinas inmortales

No hay un viaje sin una historia, y la de Sloughia empieza con un perro. O, mejor dicho, con su dueño, un morisco que, tras la muerte de su fiel compañero, decidió asentarse en este pequeño pueblo antes de Testour. Un lugar con nombre curioso, de pasado incierto y presente marcado por la vida rural y los efectos de la sequía. El río Masterda, que debería traer agua desde Argelia, apenas susurra un hilo de vida en su cauce. La escasez de agua es un problema tangible, pero la gente sigue adelante, encontrando soluciones en un país donde la adaptación es una forma de supervivencia.

Nuestro viaje se mueve con guía (un increíble hombre que parece haber salido de la wikipedia, os lo recomendamos si queréis conocer el país a fondo: Bechir Guedri bechirguedri@gmail.com) y chófer, pero perfectamente podría continuar en un luage, un transporte compartido que demuestra que la eficiencia no es exclusiva de los trenes de alta velocidad. Sin horarios, sin reservas, sin líneas establecidas: se llena y sale. Por unos 7 u 8 euros, es la opción más rápida para moverse por el país. En la carretera, los puestos improvisados son una postal constante: aceitunas en grandes montones, pan caliente, miel dorada, naranjas rebosantes de dulce zumo y cordero chisporroteante en parrillas de andar por casa. El camino es una sucesión de aromas y colores que anticipan lo que está por venir.

Dougga, unas ruinas muy vivas

La carretera sigue hasta Dougga, una de las joyas arqueológicas del país. Su ubicación estratégica, a 600 metros sobre el nivel del mar y lejos de las grandes ciudades, la hizo un lugar fácil de defender y próspero en tiempos de los romanos. Lo que queda hoy es un conjunto impresionante de ruinas que se alzan sobre una cantera natural, con una piedra cuya calidad ha resistido siglos. La entrada cuesta unos 8 dinares, una pequeña cantidad para un viaje en el tiempo.

El teatro romano es el primero en aparecer en el horizonte. Con capacidad para 3.500 espectadores en una ciudad que en su apogeo albergaba a 5.000 personas, su estructura semicircular sigue en pie con una majestuosidad que impresiona. En verano, es escenario de un festival, confirmando que Dougga no es solo un museo al aire libre, sino un espacio vivo.

Caminando entre las ruinas, aparecen los restos de un acueducto, testimonio de la sofisticación de la ingeniería romana. Junto a él, el único arco en el mundo dedicado a dar las gracias a Severo Alejandro, un emperador que llegó al trono a los 17 años y fue asesinado a los 24. La historia, en Dougga, es un vaivén de esplendor y tragedia.

Que ver en Túnez

Los templos abundan, pero hay uno que destaca por su eclecticismo: columnas griegas, podio romano y media luna púnica. Un reflejo de la mezcolanza cultural del lugar. Fue dedicado a la diosa Tanit, que luego los romanos transformarían en Juno Celeste. Entre estos restos, hay un mosaico con un mensaje claro: «Que todo te traiga felicidad». Una declaración de intenciones que sigue resonando en el viento que sopla entre las piedras.

La visita a Dougga concluye, si quieres porque aquí hay hectáreas y hectáreas de historia, en la Casa del Trébol, la construcción más grande del complejo. Posiblemente un hotel en tiempos romanos, contaba con habitaciones a dos niveles, un jardín central y hasta una sauna alimentada por las cercanas termas. Las comodidades del pasado no estaban tan alejadas de las del presente.

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Pasado andalusí en Testour

El día no termina aquí. Testour espera, con su aire andalusí y su historia marcada por los moriscos. Aunque desde la capital Testour se encuentra antes que Dougga, te recomiendo que visites esta última en primer lugar pues es necesario echarle al menos un par de horas largas. No te arrepentirás.

Fundada en el siglo XVII por exiliados españoles, la esencia de estos se respira en las calles de Testour, en su música y en sus azulejos. Pero si hay un símbolo de esta ciudad, es su peculiar mezquita: su reloj está al revés. Sus manecillas giran en sentido contrario, los números están escritos al revés y, en lugar de mirar a La Meca, apunta hacia el pasado. Es un gesto de resistencia, una declaración silenciosa de quienes nunca quisieron irse de su hogar original.

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Antes de volver a Túnez, si tienes suerte y te gusta el fútbol, podrás disfrutar de la pasión que sus habitantes muestran hacia el deporte rey, siendo el Club África, uno de los más seguidos por estos. La animación de los bares en la calle principal, donde hay numerosos puestos y tiendas contrasta con el cementerio, más grande que el propio pueblo. Aquí, las tumbas esperan a sus dueños, pues desde hace siglos los habitantes preparan su morada final desde los 40 años. Un recordatorio de que el tiempo, en Túnez, tiene un ritmo diferente.

La jornada termina en el Golden Tulip Carthage, un hotel correcto, con habitaciones grandes, cámada cómoda y una preciosa piscina que, por desgracia, no pude disfrutar pues en invierno, hace frío en Túnez. Este hotel ofrece un respiro tras un día cargado de historia y puede ser un campo base perfecto para conocer el norte si no quieres alojarte en el zoco. El viaje acaba de comenzar, mucha información, un gran número de sorprendentes lugares y varias anécdotas para ser el primer día.

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Día 2 Qué ver en Túnez ciudad, un viaje entre mosaicos y zocos

El segundo día de nuestro viaje por Túnez nos sumerge en un torbellino de historia, arte y cultura que nos deja sin aliento. Arrancamos la jornada en el Museo del Bardo, un antiguo palacio real del siglo XIII reconvertido en uno de los museos más importantes del mundo en cuanto a mosaicos romanos se refiere.

Nada más entrar, nos topamos con una impresionante pieza vertical de 120 metros cuadrados. Es solo el aperitivo de lo que nos espera. El museo, con sus tres plantas y más de 30 salas, es un laberinto de tesoros que nos transporta a través de los siglos.

Los mosaicos, todos originales y en su mayoría pavimentales, nos cuentan historias de dioses, héroes y vida cotidiana de la civilización de sus creadores. Destaca el mosaico de Virgilio y las musas, una obra maestra del «opus vermiculatum», una técnica que utilizaba teselas minúsculas para lograr un efecto casi pictórico.

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Pero el Bardo no es solo mosaicos. En una de sus salas nos encontramos con un hallazgo sorprendente: los restos de un barco romano que naufragó frente a las costas tunecinas. Entre su carga, 60 candelabros de mármol y bronce que han sobrevivido al paso del tiempo gracias a la arena que sirvió como cobijo y protección.

El museo también alberga una impresionante colección numismática. En 1993 se descubrió un tesoro de 1.648 monedas de oro, con un peso total de 7 kilos y 778 gramos. Un recordatorio de la riqueza que circulaba por estas tierras en la antigüedad. Mientras recorremos las salas, es imposible no pensar en el atentado que sufrió el museo en 2015. Un suceso trágico que cerró sus puertas durante dos años y medio, pero que no ha logrado apagar el brillo de este lugar único.

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Medina de Túnez, un zoco que visitar sin agobios

Dejamos atrás el Bardo y nos adentramos en la Medina de Túnez. El contraste no podría ser mayor. De la quietud del museo pasamos al bullicio del casco antiguo con sus calles estrechas, sinuosas, llenas de tiendas, puestos callejeros y gente que circula como si de un río de doble dirección se tratara.

La Medina es un laberinto de historia viva. Aquí, el pasado y el presente se entrelazan en cada esquina. Nos detenemos frente a la Gran Mezquita, un edificio que resume en sus muros la compleja historia del Islam en Túnez. Su estructura cuadrada, típica del Magreb, fue modificada por los turcos en el siglo XVII, añadiendo elementos de su propia tradición arquitectónica.

Mientras caminamos, nuestro guía nos explica las diferentes corrientes del Islam que han dejado su huella en la ciudad. Los nombres de las escuelas jurídicas -hanafí, malekí, shafi’í y hanbalí- se mezclan con el aroma de las especias que flota en el aire.

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Nos perdemos en el zoco de los joyeros, donde el oro brilla en cada escaparate. Más adelante, el zoco de los perfumes nos envuelve en una nube de aromas exóticos. Y no podemos dejar de admirar a los artesanos que elaboran la «shashia», el gorro tradicional tunecino.

En nuestro paseo nos topamos con varios «sabat» (también conocidos como «sabbath» o «sabbat»), unas construcciones características de la medina tunecina que permiten que una propiedad privada se extienda sobre una vía pública que cumple diferentes funciones como proteger las calles de la lluvia y el sol o añadir una habitación adicional a una casa. Es un recordatorio de cómo la vida cotidiana y la arquitectura se han adaptado a lo largo de los siglos en este espacio tan peculiar.

Antes de dar por terminado el día, pudimos darnos un primer festín gastronómico con un almuerzo en Dar Ben Gacem, una casa tradicional reconvertida en restaurante (y hostal con muy buena pinta), donde los sabores locales cuentan su propia historia. Aquí disfrutamos de un menú como si de una boda se tratara. La harissa, el brick, el tajine tunecino (que nada tiene que ver con el marroquí), la ensalada mechouia y la tousya, la omek houria, la chorba frik, el marka hlowa y el postre de nombre bouza, adquieren un nivel superior.

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Para rematar la jornada terminamos en la Plaza de la Victoria, junto a la Puerta del Mar. Desde aquí, vemos cómo la ciudad antigua se funde con la moderna en la avenida Habib Bourguiba donde encontrarás supermercados, bancos, farmacias, tiendas internacionales y otros establecimientos occidentales sin el encanto de las que hay en el interior de la medina. Es un resumen perfecto de lo que es Túnez: un país donde el pasado y el presente conviven en armonía.

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Día 3 Entre oasis de montaña y el desierto de sal

El tercer día de nuestra pregunta qué ver en Túnez nos lleva a descubrir los fascinantes oasis de montaña y el desierto de sal. Dejamos atrás la capital y nos dirigimos al aeropuerto para tomar un vuelo hacia Tozeur, la puerta de entrada al Sáhara tunecino.

Nada más aterrizar, nos está esperando un nuevo chófer, en esta ocasión en un 4×4 que adelantaba lo que íbamos a vivir el resto del viaje. La empresa S-Capade y el chófer un encanto que además de conductor ejercía la función de «guardaespaldas» cada vez que mi compañero Israel le pedía parar para hacer una foto en un mercadillo, en medio del desierto o frente a un grupo de habitantes sentados viendo la vida pasar.

De todas maneras, los habitantes de Túnez son amables, hospitalarios y simpáticos. No les importa que les hagas fotografías e intentarán hablar contigo sin ninguna otra intención que darte la bienvenida a un país que desea la vuelta del turismo y que, además, está perfectamente preparado para ello.

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Tozeur, conocida como «el país de las palmas», es una ciudad de unos 50.000 habitantes que se convierte en la base perfecta para explorar el desierto de Túnez central. Lo que más llama la atención de la ciudad es su arquitectura. Las fachadas decoradas con ladrillos amarillos formando patrones geométricos es conocido como la arquitectura de ladrillos del Jerid.

Su llegada tardía, en el siglo XV, constituye una importante ruptura espacial y arquitectónica. Ruptura espacial al principio, en el sentido de que el ladrillo marcó el deslizamiento gradual de la ciudad de Tozeur desde su antiguo y medieval sitio intra-oasis de Bied El Hadhar hasta su ubicación actual, y ruptura arquitectónica después, porque este material llegó a suplantar a la piedra o a sellar el barro, como atestiguan las fuentes literarias y la arqueología.

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Nos alojamos en el Diar Abou Habibi, un hotel con enormes habitaciones sobre los árboles. El propietario, antiguo alcalde de la ciudad, fue el artífice de que las nuevas construcciones en Tozeur tuviesen que respetar la utilización de, al menos, un 30% de ladrillo tradicional en sus fachadas.

Por la mañana y antes de ponernos en ruta, dimos un buen paseo por la ciudad. Paseando por las calles de Tozeur, volvemos a ver los «sabat», esas construcciones que se extienden sobre las calles creando pasajes sombreados. Nos cuentan que el nombre viene de «portal», un recuerdo del origen andaluz de muchos de sus habitantes.

Otro de los lugares que no debes perderte es el Mercado de Tozeur, al menos si eres como nosotros y te gusta mezclarte con la gente y observar el día a día de los habitantes de la ciudad. Prueba el pan y el licor de dátil (sin alcohol), un líquido tan dulce y energizante que quizá podría convertirse en una de esas bebidas de éxito que te da alas para continuar el día.

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Ya en el coche nuestra primera parada es Mos Espa y Ong Jmal, lugares que los fanáticos de Star Wars reconocerán al instante. Aquí, los decorados de la famosa saga espacial se funden con el desierto, creando una atmósfera casi irreal. Este set de rodaje es un testimonio de cómo la magia del cine puede transformar las dunas del Sáhara en un puerto espacial de un planeta lejano.

Continuamos nuestro camino hacia el Atlas sahariano, pasando por El Hamma, un pequeño pueblo que en el pasado era conocido por sus aguas termales. Aunque hoy esos manantiales se han secado, el recuerdo de su esplendor pasado aún perdura en el aire.

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Chebika: el espejo del desierto

Nuestro primer oasis es Chebika, conocido como el «pueblo espejo». Este antiguo puesto fronterizo entre el mundo «bárbaro» y el «civilizado» nos recibe con sus palmeras y sus manantiales de agua a 28-29 grados. Realizamos un paseo de unos 20 minutos que nos lleva por la montaña, entre puestos de artesanía local, hasta llegar a una cascada que parece un espejismo en medio del desierto.

Chebika, como muchos otros lugares que visitaremos hoy, ha sido escenario de películas famosas como «El paciente inglés». Su belleza natural y su aire misterioso han cautivado a cineastas y viajeros por igual.

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Mides y Tamerza: joyas ocultas del Atlas

Continuamos nuestro recorrido hacia Mides, un pueblo encaramado en lo alto de un acantilado. Aunque el pueblo está abandonado, te recomiendo que recorras sus calles hasta el final donde tendrás la oportunidad, si no tienes vértigo, de volver por un estrecho camino sobre el impresionante cañón cuyas vistas son simplemente espectaculares. Las casas de piedra, testigos silenciosos de siglos de historia bereber, se funden con el paisaje rocoso y, aunque el agua escasea, la comparación con el Gran Cañón de Estados Unidos es obligatoria.

Nuestra siguiente parada es Tamerza, también conocido como Tameghza, el oasis de montaña más grande de Túnez. Aquí, la naturaleza se ha superado a sí misma creando un cañón por el que cae una cascada de 4 metros. El contraste entre el agua y la roca, entre el verde de la vegetación y el ocre del desierto es, simplemente, impactante. Para comer, el restaurante Diari Tamerza parece otro oasis, tiene menú por unos 10€ por persona o bien platos tradicionales a la carta. Coge fuerzas porque ahora toca poner rumbo al sur.

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El desierto de sal y los pozos termales

Antes de terminar el día, hacemos una última parada en el desierto de sal. Si miras en Google Maps, verás que estás atravesando un inmenso lago. Lo normal es que esté seco y de ahí se extraiga sal, pero si tienes suerte y las lluvias han acompañado los días previos a tu visita, podrás disfrutar de un paisaje doble. Las montañas en dirección a Argelia reflejadas en una fina capa de agua, o la inmensidad hacia el interior de Túnez donde no se puede distinguir el horizonte. Si tienes tiempo, puedes hacer una parada y observar este espectáculo natural con más calma.

Más adelante, antes de llegar al hotel que nos dará descanso tras una jornada muy movida, podremos encontrar una serie de curioso pozos de agua termal. Nuestro guía nos explica que hay 36 pozos, de los cuales 5 o 6 ya se han secado. El agua, cargada de sal, cal y hierro, se utiliza para baños termales y para regar los oasis cercanos. Te recomiendo que pares y te acerques a uno de ellos, pues es uno de esos lugares que ver en Túnez que no podrás ver en otros páises.

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La imagen es ciertamente sobrecogedora porque el paso del tiempo y la falta de cuidado, convierten los edificios en una especie de antigua central nuclear que ha sufrido una explosión, o eso es lo que pensamos nosotros en un primer momento. El edificio derruido, del que emana un vapor intenso, es muy grande y hueco.

El agua se filtra por sus paredes y cae a una canalización que hace un recorrido circular para enfriar su temperatura. Es habitual ver a los ciudadanos del cercano pueblo de Bechri disfrutar de estas aguas bañándose en una improvisada piscina.

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Finalmente, ponemos rumbo a Douz, donde nos espera el lujoso The Residence Douz by Cenizaro para pasar la noche. Si tu presupuesto te lo permite, te lo recomiendo sin duda alguna. Es el lugar perfecto para hacer una pausa en tu viaje por Túnez.

Mientras cenamos, tras un baño en su spa y quedarnos boquiabiertos con la lujosa habitación, repasamos las imágenes del día: los oasis verdes en medio del desierto, las cascadas cayendo por cañones de piedra, las casas de ladrillo amarillo de Tozeur y el vapor elevándose de los pozos en el desierto de sal. Túnez, una vez más, nos ha dejado sin palabras.

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Día 4: De Douz a Matmata, qué ver en Túnez entre dunas y casas cueva

El cuarto día de viaje nos adentra en el corazón del desierto y en la cultura bereber más auténtica. La jornada comienza con la salida hacia Douz, la puerta del Sahara, una ciudad marcada por su pasado nómada y por la llegada de diferentes pueblos a lo largo de la historia. Aquí, bereberes y árabes han convivido durante siglos, aunque los árabes, con la expansión del Islam, impusieron su lengua y religión. Aun así, las raíces bereberes siguen vivas en sus costumbres y tradiciones.

En Douz, la vida gira en torno a su mercado semanal, que se celebra los jueves. En esta jornada, los comerciantes llegan desde diferentes puntos del sur para intercambiar productos, desde especias hasta artesanía local. Más allá del mercado, la ciudad es tranquila, con una plaza donde los hombres se reúnen a jugar al dominó, una postal cotidiana que refleja la calma del sur tunecino.

Las dunas del Sahara, aunque se han convertido en un icono, sólo representan el 20% del desierto. Existen también dunas artificiales, creadas con palmas secas para frenar la erosión. En este entorno extremo habitan especies adaptadas a la aridez, como la víbora cornuda y el escorpión amarillo, dos de los animales más peligrosos de la región. Sin embargo, también crecen plantas como la artemisa blanca, que desprende un aroma a anís y ha sido utilizada tradicionalmente con fines medicinales.

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Matmata, casas trogloditas

Tras la visita a Douz, el viaje sigue hacia Matmata, célebre por sus casas cueva excavadas en la roca, un testimonio de la adaptación humana a las condiciones del desierto. Estas viviendas trogloditas mantienen una temperatura estable a lo largo del año, protegiendo del calor sofocante del verano y del frío nocturno. Muchas de estas casas siguen habitadas, mientras que otras han sido convertidas en hoteles, como el famoso Hotel Sidi Idriss, que sirvió de escenario para la casa de Luke Skywalker en Star Wars.

El paisaje de Matmata es árido y montañoso, con terrazas de cultivo donde prosperan olivos, higueras y almendros. En los valles, se encuentran palmerales que ofrecen dátiles de excelente calidad. En esta región, las antiguas torres de vigilancia bereberes recuerdan los tiempos en los que los pueblos sedentarios debían protegerse de las incursiones de las tribus nómadas del desierto.

El siguiente destino es Tamazret, un pueblo bereber que conserva su autenticidad con casas de adobe y callejuelas estrechas. Desde aquí se divisa Taoujout, otro pueblo encaramado en las colinas con una vista panorámica que parece sacada de otra época.

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El desierto del sur de Túnez

Abandonamos el territorio montañoso para adentrarnos por fin en el desierto más puro de Túnez dirección a uno de los oasis más famosos del país, el Ksar Ghilane. Este oasis es famoso por sus aguas termales, sus palmeras y su proximidad a las vastas dunas de arena. Es un destino muy popular para quienes buscan experiencias en el desierto, como paseos en camello, recorridos en 4×4 y noches bajo las estrellas.

A pesar de ello, te recomiendo que sigas tu ruta al sur y disfrutes de un verdadero oasis y una experiencia auténtica en el Sáhara, y con todas las comodidades que pudieras imaginar como piscina, agua caliente, la mejor comida de Túnez, camas enormes… ¡y todo en medio de la nada!

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Este lugar es el campamento Fzawa Ain Essebat, donde la inmensidad del desierto se convierte en el escenario perfecto para una tarde entre las dunas. La arena dorada, moldeada por el viento, se extiende hasta donde alcanza la vista, creando un paisaje hipnótico y cambiante con la luz del atardecer, aunque en nuestro caso, las nubes se apoderaron del paisaje e incluso nos llegaron a caer unas cuantas gotas, ¡llueve en el desierto!

Ya en el campamento, la noche cae y, bajo un cielo estrellado, la cena tradicional (una de las mejores de todo el viaje) y el sueño en jaimas bereberes ponen el broche de oro a un día inolvidable en el sur de Túnez. Otro de los alojamientos altamente recomendados y sin duda alguna uno de los lugares que ver en Túnez.

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Día 5 De Tataouine a Djerba

Tras una increíble noche de silencio y estrellas en Fzawa Ain Essebat, llegó el turno al mejor desayuno que pudimos disfrutar en todo el viaje por Túnez. Aquí las mañanas comienzan con un festín de especialidades que muestran la autenticidad de la cocina tunecina.

Uno de los elementos esenciales de la mesa es el pan casero conocido como Tabouna, un pan tradicional que se acompaña con aceite de oliva, miel y chamia, una deliciosa pasta dulce de sésamo con frutos secos. Para complementar, el té verde se prepara con una mezcla especial de hierbas locales como romero silvestre, tomillo y menta, un sabor distintivo del sur de Túnez.

Entre los platos más populares está la Shakshuka, una combinación de pimientos cocidos con tomate, cebolla, aceite de oliva, harissa y huevos, que aporta un toque especiado y reconfortante. También se disfruta la Ftira, un bollo frito crujiente que se puede comer en su versión dulce, con miel o azúcar, o en su versión salada, con un huevo frito en su interior.

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Otro elemento esencial del desayuno tunecino es la Bsissa, un alimento energético con dos variedades principales. La versión gris se elabora con harina de sorgo mezclada con aceite de oliva, azúcar y frutos secos, mientras que la amarilla se prepara con harina de garbanzo y los mismos ingredientes, ofreciendo un sabor y una textura ligeramente distintos. Este desayuno no es solo una comida, sino una celebración de la tradición y la hospitalidad tunecina.

Tataouine, Guermassa y Chenini

Después de este potente y delicioso desayuno, iniciamos nuestra jornada en Tataouine, una ciudad cuyo nombre evoca imágenes de «Star Wars», pero cuya historia real es aún más fascinante. Fundada originalmente como una cárcel para soldados indisciplinados del ejército francés, Tataouine (que significa «manantial» en bereber) ha evolucionado hasta convertirse en una importante ciudad fronteriza.

Continuamos en nuestro 4×4 en dirección hacia los pueblos bereberes de la zona, comenzando por Guermassa, menos turístico que su vecino Chenini, pero igualmente cautivador. Aunque las últimas familias abandonaron el pueblo en los años 90, su arquitectura troglodita sigue siendo un testimonio de la ingeniosa adaptación de los bereberes a este entorno tan desafiante.

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Guermassa, una vez imponente fortaleza bereber o ksar, se yergue majestuosamente en la cima de una montaña en la cordillera de Dahar, en el sureste de Túnez. Su origen se remonta a los siglos VII u VIII d.C., lo que la convierte en un testimonio histórico de gran valor.

Aunque hoy Guermassa está completamente abandonada, sus extensas ruinas, recientemente restauradas, ofrecen un viaje fascinante al pasado. Los visitantes pueden explorar las antiguas viviendas, descubrir una prensa de aceite de oliva que nos habla de la vida cotidiana de sus habitantes, y contemplar los restos de una mezquita que una vez fue el centro espiritual de la comunidad.

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Djerba, una isla de descanso en la playa y arte callejero

Tras un almuerzo en el restaurante Dakyanus de Tataouine, ponemos rumbo a Djerba, la isla más grande del norte de África. Aquí nos alojamos en el hotel Mouradi Menzel, cuyo nombre «Menzel» hace referencia a las casas tradicionales de la isla.

En Djerba, visitamos la mezquita principal, donde conviven cuatro ritos islámicos diferentes, un testimonio de la diversidad religiosa de la isla. También exploramos los antiguos talleres de tejido de mantas y los pozos tradicionales que han abastecido de agua a la población durante siglos.

Pero Djerba no es solo musulmana. La isla alberga una importante comunidad judía, una de las más antiguas de la diáspora. Visitamos uno de los dos barrios judíos, donde se encuentra la sinagoga de El Ghriba, considerada la más antigua de África y objeto de peregrinación anual.

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Djerbahood, la Penang de África

En el corazón de la isla de Djerba, el barrio de Erriadh es otro de esos lugares obligatorios que ver en Túnez. Este barrio se ha transformado en un llamativo museo al aire libre gracias al proyecto Djerbahood. Este innovador evento de arte urbano, iniciado en 2014, reunió a más de un centenar de artistas de todo el mundo para crear más de 250 obras de street art que adornan las calles y fachadas del pueblo.

Djerbahood es más que un simple proyecto artístico; es una experiencia inmersiva que combina la creatividad global con la arquitectura tradicional de Djerba. Las paredes blancas y puertas azules del barrio se han convertido en un lienzo para expresiones artísticas que van desde el grafiti hasta la instalación de elementos artísticos, creando un espacio donde el arte callejero se funde con la vida cotidiana.

Aunque el paso del tiempo ha erosionado algunas de las obras originales, Djerbahood sigue siendo un destino obligatorio para cualquier viajero interesado en el arte urbano. Este pequeño rincón de Túnez ha demostrado que el arte callejero puede revitalizar comunidades y convertir espacios tradicionales en lugares llenos de vida.

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Día 6 y 7 Djerba –  Houmt Souk y tour de l’île 

Antes de poner rumbo al centro de la isla, visitamos Guellala, el pueblo de los alfareros. Aquí, admiramos los característicos jarrones rojizos realizados con agua dulce y los blancos con agua de mar, ejemplos vivos de un arte milenario que sigue adaptándose a las necesidades modernas.

Para comer, paramos en el Restaurante Harún, un lugar emblemático con vistas al mar, donde el pescado fresco y los mariscos son los protagonistas. Un almuerzo que captura los sabores del Mediterráneo antes de emprender el regreso. También visitamos Houmt Souk, la capital de la isla, con sus calles llenas de color, un animado zoco y su arquitectura encalada. Un paseo por el mercado permite sumergirse en la artesanía local: cerámica de Guellala, alfombras tejidas a mano, especias aromáticas y joyería tradicional. No muy lejos, el imponente Borj El Kebir, una fortaleza otomana del siglo XV, ofrece unas vistas impresionantes del puerto y el mar.

Que ver en Túnez

El final del viaje se acerca, nuestro vuelo hacia la capital fue cancelado por lo que tuvimos que volver en coche. Seis horas de viaje por autopista que nos permitió poner palabras y dejar escapar nuestros sentimientos y emociones después de no haber parado durante seis días. Recorrer Túnez ha sido mucho más que un simple viaje.

Ha sido una inmersión en siglos de historia, en una cultura que ha sabido preservar sus raíces mientras acoge con los brazos abiertos a quienes llegan con la curiosidad de descubrirla. Desde las dunas doradas del desierto hasta los bulliciosos mercados de las medinas, cada rincón y plato del país nos ha contado una historia, nos ha regalado un instante de asombro y nos ha dejado la huella imborrable de su autenticidad.

Pero si algo marca la diferencia en esta tierra es su gente. En cada parada, en cada conversación, hemos sentido la calidez de una hospitalidad sincera, de esas que no se fuerzan, sino que nacen del corazón. Los tunecinos no solo reciben al viajero, lo abrazan, lo hacen parte de su mundo y lo invitan a compartir su mesa, sus costumbres y su forma de entender la vida. Ya sabes qué ver en Túnez, ahora te toca vivirlo en persona.

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Un nuevo Airbus A330-200 ha realizado su primer vuelo entre Barcelona y Los Ángeles.